lunes, 5 de diciembre de 2011

Aún con incredulidad hay que predicar

Señor, ¿quién ha creído a nuestro mensaje, y a quien se le ha revelado el poder del Señor?
Juan 12:38.


Lectura diaria. Juan 12:37-50. Versículo para destacar. Juan 12:38.


ENSEÑANZA


Como en los tiempos de Jesús, ahora también vemos los corazones endurecidos y personas que aunque vean los milagros palpables no creen. Sin embargo, el evangelio del reino se seguirá predicando por todo el mundo como testimonio a las naciones tal como lo predijo el mismo Señor (Mt. 24:14). ¿Cuál es el testimonio que debemos predicar? El testimonio de nuestra propia vida a través de Jesucristo. Creer en que Jesucristo es la fuente de vida que nos guiará hacia el Padre. Igual a como nos dice la lectura (v. 42), ahora se encuentran muchos que creen en el Señor pero no lo confiesan porque temen ser criticados o burlados dentro de los círculos donde se mueven. Prefieren recibir honores más de los hombres que de Dios (v. 43). De otro lado, se han levantado tantas sectas que unos creen solamente en Jesús, los llamados “Jesús solos”; otros, “Testigos de Jehová”; y otros sólo le dan honor al Espíritu Santo. Dice la Palabra que el que ha visto a Jesús, ha visto al Padre que lo envió (v. 44). Debemos tener mucho cuidado porque hay muchos que dicen venir en nombre del Señor y son engañadores. Eso también nos lo advierte el Señor en Mateo 24:5. La doctrina sana es la que declara que Jesucristo es Dios igual que el Padre y el Espíritu Santo y no podemos sacar a alguno de ellos del contexto bíblico, de lo contrario estaríamos siguiendo una apostasía.

En conclusión el mandato es predicar vida eterna así los ojos estén nublados y los oídos cerrados. “Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado vida eterna, y esa vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida, el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida” (1 Jn. 5:11-12). Muchos escucharán y creerán, otros harán caso omiso a la Palabra de Dios pero nosotros hemos salvado la responsabilidad de predicar.


Si nunca antes habías escuchado de Jesús de Nazaret como el Salvador del mundo, te lo quiero presentar. Él vino a morir y resucitar por ti y desea compartir contigo el resto de tu vida para regalarte el don más preciado: la vida eterna. Si es así, te invito a orar conmigo de esta manera:


Amado Señor: Hoy confieso con mi boca y creo en mi corazón que eres el Hijo de Dios enviado por el Padre para salvarme. Creo que moriste por mis pecados y resucitaste para darme vida eterna contigo. Decido aceptarte como mi Señor y Salvador personal; ven a mi corazón, perdona todos mis pecados y llévame por la senda correcta de tu mano. Gracias Señor por hacerlo. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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