jueves, 18 de agosto de 2011

La paciencia de Dios es misericordia

Tengan presente que la paciencia de nuestro Señor significa salvación.
2 Pedro 3:15.


Lectura diaria: 2 Pedro 3:3-18. Versículo para destacar: 2 Pedro 3:15.


ENSEÑANZA


El hombre no fue creado para que desobedeciera y cayera, él era posesión de Dios y con su pecado la relación con el Padre se interrumpió. Desde ese momento el género humano quedó en manos de Satanás. Sin embargo, Dios prometió ahí mismo, un Salvador; así que toda la Palabra de Dios, desde Génesis hasta Apocalipsis no tiene otro fundamento diferente que lograr alcanzar las almas para Él. Ese fue el objetivo por el cual el Señor Jesucristo vino a la tierra: para permitirle al mundo conocerle en su esencia como hombre y en su esencia como Dios. Por eso nació de una mujer, con todos los atributos que tiene un ser humano y no le importó el humillarse siendo Dios, hasta el punto de morir por cada uno de nosotros. Este es el amor sublime de Dios Padre: dar a su propio Hijo en rescate por muchos, para librarnos del fuego eterno, “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn. 3:16); “Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado vida eterna, y esa vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Jn. 5:11-12).

Dios como buen Padre siempre busca pacientemente llegar al hombre hasta que éste recapacite y sea consciente de su pecado: “Mas bien, el tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan” (v. 9b). Muchos confunden la paciencia de Dios con alcahuetería y otros tantos, con la desgracia, pero no es así. De muchas maneras, quiere hacer conocer su poder y gloria para que el ser humano cambie de actitud y en verdad, llegue a un arrepentimiento genuino. Aquí entra a jugar un papel importante el creyente renovado, el que ya ha experimentado una relación personal con Jesucristo y puede dar fe a otros de su veracidad. Dice Judas (no el Iscariote), en su carta lo siguiente: “Tengan compasión de los que dudan; a otros, sálvenlos arrebatándolos del fuego” (Jd. 22-23). Fuego que está reservado para el día del juicio y la destrucción de los impíos (en la lectura del día el v. 7).


Como herederos ya de esa gracia y con el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, llevémosle a los que aún no saben el regalo de la salvación. Si tú eres uno de ellos, te invito a conocerle y entregarle tu vida para hacerte partícipe también del reino celestial. Podemos orar así:


Señor Jesucristo: Yo te necesito. Confieso que soy pecador y te pido perdón por ello. Toma el control del trono de mi vida y hazme la persona que quieres que yo sea. Gracias por perdonarme y limpiarme; gracias por venir a mí y darme la vida eterna. Gracias por la paciencia que me has tenido para llevarme hacia ti. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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