lunes, 6 de junio de 2011

No nos engañemos con lo prometido

No te apresures, ni con la boca ni con la mente a proferir ante Dios palabra alguna; él está en el cielo y tú estás en la tierra. Mide, pues, tus palabras.
Eclesiastés 5:2.


Lectura diaria: Eclesiastés 5:1-7. Versículo para destacar: Eclesiastés 5:2.


ENSEÑANZA


Si es preocupante hablar más de lo mandado con el prójimo, al punto de comprometernos enredándonos con nuestra propias palabras (Pr. 6:2), ¿cuánto más, no lo será ante Dios? Pecamos mucho con la lengua porque no sabemos dominarla; hablamos por hablar sin darnos cuenta que las palabras nos atan. Conforme a Proverbios 18:21, “En la lengua hay poder de vida y muerte; quienes la aman comerán de su fruto”. La lengua es traicionera y en muchas ocasiones, nos pone zancadillas en las que caemos sin darnos cuenta del perjuicio que nos produce.

Respecto al tema del día, Salomón nos insta a que mejor callemos y no prometamos lo que no vamos a cumplir (v. 5). “No permitas que tu boca te haga pecar, ni digas luego que lo hiciste sin querer” (v. 6). Si es una obligación y a la vez respeto, cumplir lo prometido a los demás, ¿por qué ante Dios no hacemos lo mismo? Quizá no nos percatamos profundamente del error porque no lo vemos. Un ejemplo: cuando cantamos y exaltamos el nombre de Dios, se supone que lo hacemos con todo el amor de nuestro corazón y en esas canciones cuántas cosas quizá, le estamos prometiendo al Señor. Son entonces palabras que se las lleva el viento porque no están siendo realidad en nuestras vidas. Con razón en 1 Juan 4:20 se nos afirma que si no podemos amar al prójimo que vemos, mucho menos al Señor que no vemos; y es que en lo prometido entra a jugar un papel importantísimo el amor. Si Cristo se entregó por amor, nosotros también debemos entregarnos a Él y a los demás por amor, porque su amor nos constriñe y a quien amamos no mentimos. Como lección, aprendamos a no proferir palabra alguna que nos comprometa si en nuestro corazón no está el hacerlo sinceramente; a la gente la podemos engañar, a Dios no. ¡Tengamos mucho cuidado con estas actuaciones!


La actitud frente al hermano debe ser de respeto y consideración. Jesús nos ordena “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mr. 12:31). Para aprender el mensaje y no engañarnos, debemos buscar a Jesucristo totalmente. La única manera de encontrarlo es dándole lugar en nuestra vida. ¿Deseas hacerlo? Te invito a orar así:


Amado Jesús: Yo necesito conocerte y te abro la puerta de mi corazón para que seas mi Señor y Salvador. Toma el control del trono de mi vida y hazme la persona que deseas que yo sea. Gracias por venir a morar conmigo y perdonarme. Gracias por enseñarme a vivir sin engañarte a ti ni a mi prójimo. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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