sábado, 11 de junio de 2011

Lo que somos para Dios

Porque para el Señor tu Dios tú eres un pueblo santo; él te eligió para que fueras su posesión exclusiva entre todos los pueblos de la tierra.
Deuteronomio 7:6.


Lectura diaria: Deuteronomio 7:1-15. Versículo para destacar: Deuteronomio 7:6.


ENSEÑANZA


Nosotros, los miembros de su Iglesia somos sus escogidos, somos su pueblo, su posesión: “Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios” (1 P. 2:9); pertenecemos a Dios porque somos su propiedad, nos compró con precio de sangre (1 P. 1:18-19). Somos sus consentidos y elegidos (v. 7), porque somos sus hijos (Jn. 1:12), simiente suya (Jn. 1:13), renacidos de nuevo y rescatados de las garras del maligno. Somos parte de su familia y como tales Él nos guarda y libra de todo mal como a la niña de sus ojos (Sal. 17:8). ¡Es hermoso saber esto! Cuando voy por la calle, por más que la vea sola me imagino al gran ejército de Dios caminando a mi lado y rodeándome; sus ángeles le obedecen la orden de cuidarme (Sal. 91:11) y son mis guardaespaldas. ¡Qué enormes privilegios tenemos los hijos de Dios!

Si somos todo esto para Dios y mucho más, es nuestro deber reconocerle como tal: “Reconoce, por tanto, que el Señor tu Dios, es el Dios verdadero, el Dios fiel que cumple su pacto generación tras generación y muestra su fiel amor a quienes lo aman y obedecen sus mandamientos” (v. 9); debemos admirarle: “Y nosotros tu pueblo y ovejas de tu prado, te alabaremos por siempre de generación en generación cantaremos tus alabanzas” (Sal. 79:13); y debemos darle gracias en todo momento. La adoración y la alabanza es el mejor tributo que le podemos ofrecer a Dios, es el sacrificio rendido de nuestra parte: “Anímense unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales. Canten y alaben al Señor con el corazón, dando siempre gracias a Dios el Padre por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef. 5:19-20).


“¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios!” (1 Jn. 3:1). Él también tiene para ti ese galardón, el cual puedes obtener solamente con una breve oración así:


Señor Jesucristo: Reconozco que soy pecador y que viniste a morir en una cruz por mí. Hoy decido entregarte mi vida para que perdones mis pecados y entrar a formar parte de tu familia. Gracias Jesús por hacerlo. Amén.


Un abrazo y bendiciones.

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