lunes, 20 de junio de 2011

La ira y la amargura

Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia.
Efesios 4:31.


Lectura diaria: Efesios 4:17-32. Versículo para destacar: Efesios 4:31.


ENSEÑANZA


La ira, el enojo, los gritos y calumnias, siempre llevan a la amargura. El cristiano está llamado a llevar paz, y la amargura es una raíz que se va asentando en lo profundo del corazón, transformando completamente el carácter de la persona y en vez de paz, se destilará odio y rencor. En un texto decía que la amargura es el veneno del alma y con razón. Es lo contrario a la paz y muy triste que en vez de dejar huellas de paz, de nobleza y amor, se dejen las huellas de la amargura. La amargura no solamente es dañina para el que la posee, también para los que están a su alrededor; sus palabras se convertirán en una bola de fuego que se irá regando produciendo en otros también heridas que solamente el Señor podrá sanar ya que la persona que hiere no tiene el suficiente dominio sobre sus palabras y se deja llevar fácilmente por la ira. La ira es una de las manifestaciones de la carne y por eso Dios nos manda, no solo en el pasaje del día a desecharla: “Pero ahora abandonen también todo esto: enojo, ira, malicia, calumnia y lenguaje obsceno” (Col. 3:8). Todos sabemos lo que es perder por momentos los estribos y encolerizarnos a veces por situaciones que ni siquiera valen la pena. Es bien claro que podemos enojarnos pero una cosa es el enojo y otra dejarse desbordar en ira, porque esta nubla la razón y después de las palabras dichas, ya no hay vuelta de hoja. La enseñanza del día, entonces, es cultivar virtudes tales como el amor, la prudencia, la tolerancia, y hacer uso constante del perdón ya que la falta de perdón es causante de crear y enraizar la amargura.


Si no has recibido a Cristo en tu vida, te invito a que lo hagas con una sencilla oración como esta:


Señor Jesucristo, yo te necesito; te abro la puerta de mi vida y te pido que seas mi Señor y Salvador. Perdona mis pecados y hazme la persona que deseas que yo sea. Gracias Jesús por venir a morar conmigo y perdonarme. Gracias porque me enseñarás a tener dominio sobre mi ira y enojo. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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