martes, 13 de abril de 2010

Dar de lo que tenemos

No tengo plata ni oro –declaró Pedro–, pero lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!

Hechos 3:6.

Lectura diaria: Hechos 3:1-10. Versículo del día: Hechos 3:6.

ENSEÑANZA

A veces creemos que si no somos muy letrados o un gran predicador, no podemos compartir a otros de Cristo. También con frecuencia ocurre que si no tenemos en cantidades alarmantes no podemos dar al necesitado o ni siquiera el diezmo. En el transcurso de mi vida cristiana he aprendido que Dios se goza con lo que simplemente tengo y que ahí radica el asunto. Cuando la viuda pobre dio esas pocas monedas que tenía, el Señor dijo que ella había dado más que todos los otros porque había dado de lo que no tenía. “En lo poco has sido fiel; te pondré a cargo de mucho más” dice el mismo Señor enseñando sobre la parábola de las monedas de oro (Mateo 25:21). Pedro y Juan no tenían ni oro ni plata para darle al mendigo lisiado, pero le dieron la sanidad física y espiritual que necesitaba su pobre corazón afligido por la enfermedad y la miseria. Esto me recuerda a mi querido sobrino en sus últimos días de lucha contra un cáncer que se lo llevó. Nosotros en casa pasábamos una situación económica difícil. Cuando él llegó de Pereira a Bogotá a comienzos de Mayo del 2002 ya enfermo y con el diagnóstico en la mano, me dijo de manera dura: “Tía, te pido el favor de no hablarme de Dios, tú sabes que no creo en nada de eso”. Según él, era ateo. Yo le contesté que descuidara, no lo haría. Las veces que fuimos a orar a su apartamento fue por petición de sus familiares cercanos como mi hermano quien era su padre y por su madre y hermanos que nos lo pidieron; sin embargo, siempre se mostraba distante e indiferente. Yo simplemente me dediqué a orar por él. A finales de octubre recibí una llamada de mi sobrina (su hermana), diciéndome: “Tía, Andrés tiene que ir hoy a cancerología y dice que sólo quiere ir contigo”. A pesar de tener mucho por hacer, resolví dedicarle a mi sobrino todo el tiempo necesario; sabía que si requería mi presencia era porque se había dado cuenta que necesitaba de Dios porque yo no tenía nada más para ofrecerle. Les dije a mis hijos que por favor estuvieran orando y le dediqué el día a mi Andresito. Como supuse, él quería que le hablara de Dios. Fue un día de grandes contrastes para mí; por un lado, cuando recibió al Señor en su vida, para mí el cielo brillaba más que nunca y mi alegría era indescifrable, quería salir del carro y gritar a los cuatro vientos su conversión. Más cuando entramos a ver a su oncólogo y éste le dijo suave pero firmemente: “Javier, (el otro nombre de mi sobrino), no hay nada que hacer; agotamos todos los recursos pero de nada sirvió el tratamiento. Yo te dije desde el comienzo que tenías dos puntos en contra: tu juventud y la localización de éste en el estómago que es uno de los más agresivos”. Al salir del consultorio, se botó sobre los asientos de la sala de espera y llorando me clamaba: “¡me voy a morir tía, me voy a morir!”. Aún lo recuerdo y no puedo evitar que mis ojos se inunden de llanto. Son momentos donde como seres humanos nos sentimos tan pequeños y tan impotentes, que solo atinaba a apretar sus manecitas frías y llorar con él. Quien diga que por ser cristiano no le afectan estas situaciones, es un mentiroso. A cualquier persona, cristiana o no, la parte humana la toca y demasiado. En conclusión yo le di a mi sobrino lo que tenía: Palabra de Dios. Más tarde a los veinte días murió en la ciudad de su niñez; no lo pude acompañar en su entierro por múltiples razones, pero mi corazón siempre estará agradecido con Dios, quien escuchó nuestras plegarias y una vez más la promesa de hechos 16.31 se cumplió. No dudes ni por un segundo, dar de lo que Dios te ha dado. En cuanto a la salvación nunca es tarde para compartirla y en cuanto a ser misericordioso, si no tienes un pan para ofrecer, regala un abrazo, una sonrisa. Dios nunca te va a pedir más de lo que puedes dar.

Un abrazo y bendiciones.

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