martes, 5 de mayo de 2009

Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?

Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?

Hechos 22:7

Saulo, quien es el mismo Pablo, apóstol de los gentiles, fue un hombre muy instruido en el Judaísmo por Gamaliel, un célebre fariseo, doctor de la ley y miembro del Sanedrín. Esto, más su condición de ciudadano romano, amante de las letras griegas y su procedencia de una ciudad grande y culta, era el motivo de su orgullo. Orgullo que se unió a un celo profundo por la ley hasta el punto de perseguir a muerte a los seguidores de Cristo.

Pero Dios tenía un plan con este hombre de grandes dotes. Era convertirlo en el predicador por excelencia de los gentiles. Gracias a Pablo, nosotros hemos podido conocer el evangelio. Cuando el Señor le dice “¿por qué me persigues?” “¿Qué sacas con darte cabezazos contra la pared?” hechos 26:14. Tal parece que a Pablo ya algo lo movía en su interior por Jesús. Quizá fue la muerte de Esteban en la que él estuvo presente y aprobándola. Entonces, él pregunta: “¿Quién eres, Señor?” Y el Señor le contesta que es Jesús de Nazaret, Pablo se rinde y tiene una conversión genuina e inmediatamente pregunta: “¿Qué debo hacer Señor? Levántate –dijo el Señor-, y entra en Damasco. Allí se te dirá todo lo que se ha dispuesto que hagas”. Hechos 22:10.

A pesar de su esmerada preparación religiosa y cultural de que Dios lo había provisto, Pablo necesitaba todavía de una transformación tal, que hiciera de él un discípulo dedicado y fiel de Jesucristo.

De la conversión de Pablo podemos deducir dos cosas: Por más cultura y grados que poseamos, tiene que haber un momento en nuestras vidas para recapacitar y pensar que eso no lo es todo. Necesitamos el toque poderoso de Dios, que nos haga reconocer a Jesucristo como salvador personal. Tal vez has estado como “Saulo”, ajeno e indiferente a este llamado y Dios te llevará de tal manera, que al final digas: “Ya no más. Voy a aceptarte Señor” y te conviertas en un “Pablo”. O también puedo suceder que fuiste sido criado bajo la estricta doctrina tradicional y no quieres dar marcha atrás en tus convicciones, quizá por no defraudar a tus ancestros que te la inculcaron con gran devoción. Sin embargo, muy dentro de tu corazón se ha ido sembrando la semilla y ya tampoco puedes resistirte más a su llamado.

Si alguna de estas razones es tu condición, te invito a que le digas: ¿Qué debo hacer Señor? Y si Él te muestra su camino, te sugiero que hagas una oración como esta:

Señor Jesús: Ahora me doy cuenta, que no estás tan interesado en mis conocimientos y letras, sino en mi salvación como tal. Sé que he sido terco(a) y no he querido mirar más allá de lo enseñado por mis padres. Quiero experimentar algo nuevo contigo. En este momento te reconozco como Señor y Salvador personal, te entrego mi vida para que tú seas el centro y manejes mis dotes, de tal manera que sean para la honra y gloria tuya. En tu nombre Jesús, amén.

Un abrazo y bendiciones.

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