jueves, 21 de mayo de 2009

La palabra de fe que predicamos

Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo.

Romanos 10:8-9.

Todo discípulo de Jesús, es un predicador. ¿Cómo podemos dejar de anunciar lo que ha sido tan indudable en nuestras vidas? “No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hechos 4.20). Esto fue lo que respondieron Pedro y Juan a los del Sanedrín cuando querían impedirles predicar las buenas nuevas. El apóstol Pablo también exclamó “¡ay de mí si no predico el evangelio!”. 1ª.Corintios 9:16.

Cuánta gente se está perdiendo porque nosotros no hablamos. No sé por qué nos da tanto temor el compartir si al fin de cuentas quien hace la obra es el Espíritu Santo. Nos aterramos y compungimos al ver tanta maldad y desolación, pero ¿qué hacemos? Seguimos siendo parte del problema y no de la solución. Más adelante dice Pablo: “¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? Romanos 10:14. Sólo tenemos que disponernos a obedecer el mandato del Señor Jesús y comenzar a cumplir la gran comisión.

Estoy convencida que este es uno de los aspectos que denotan que hemos “nacido de nuevo” y ese primer amor con el Señor nos motiva tanto, que es difícil quedarse callado. Por lo menos, eso fue lo que me sucedió cuando conocí a Jesús como Señor y salvador de mi vida. ¡Lástima que perdí ese ímpetu! Nunca me dio pena pararme en un bus y compartirle a todos. Ni me aminoraba cuando le hablaba a la persona que tenía al lado y si tenía que ir a un hospital y predicarle a un enfermo terminal. A sabiendas de que me traía problemas, estaba atenta a la llegada de alguien a mi casa, para hablarle del Señor. Lo hacía sin ningún reparo. No sé exactamente cuántos se convirtieron en ese entonces. Sólo sé que la palabra del Señor no regresa vacía. ¡Señor, dame ese denuedo nuevamente!

Volvamos a ese primer amor. No lo dejemos apagar. Compartamos a diestra y siniestra, a tiempo y a destiempo. Recordemos que simplemente es un mandato y debemos obedecer.

¡Oh mi Dios! Pon en nosotros el querer como el hacer por tu buena voluntad.

Un abrazo y bendiciones.

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