viernes, 8 de mayo de 2009

Hacia ti dirijo la mirada

Hacia ti dirijo la mirada, hacia ti, cuyo trono está en el cielo.

Salmo 123:1.

Es inevitable que lleguen las pruebas a nuestras vidas. Nadie está exento de golpes, calamidades, enfermedades, etc. Muchas veces el desánimo nos lleva a creer que hasta ahí llegamos. Tenemos dos alternativas ante nosotros: Renegamos contra Dios y lo culpamos de todo cuanto nos pasa o simplemente volteamos nuestros ojos a Dios y le pedimos misericordia. Dice el Salmista en el verso 2c “hasta que nos muestre compasión”. Dios es nuestro Padre y quiere que nosotros lo tratemos como tal. ¿Qué hace un hijo cuando desea algo de sus padres? Insiste, insiste e insiste hasta lograr su cometido. ¿Por qué no hacer lo mismo con nuestro Padre Celestial? Hay que insistir, persistir y no desistir.

Hay que insistir en nuestra petición. Hay que persistir en nuestra adoración y hay que no desistir en la obediencia. En la petición, porque esta encierra nuestra oración, nuestra comunicación básica con Él. Orar es hablar con Dios. Es ahí donde podemos presentar nuestras cargas, nuestras quejas y aún nuestro llanto. Persistir en la adoración, porque la adoración conlleva gratitud y exaltación y tenemos que aprender a dar gracias en todo, tanto bueno como malo. La adoración nos lleva más allá de la comunicación. Es entrar completamente a su presencia en íntima comunión con Él, donde nuestro corazón contrito y humillado se desborda ante la magnificencia de su amor, misericordia y poder. Pero también tenemos que no desistir en la obediencia porque la obediencia encierra nuestra total disposición de querer agradar a Dios cumpliendo sus mandatos. Es una entrega total a su voluntad. La obediencia a Dios tiene absoluta prioridad.

Dice 1ª. De Pedro 1:7 “El oro, aunque perecedero, se acrisola al fuego. Así también la fe de ustedes, que vale mucho más que el oro, al ser acrisolada por las pruebas demostrará que es digna de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele”. ¿Estás en medio de un fuego? No tengas miedo, Cristo te dará la victoria y al final saldrás más reluciente porque el Señor te habrá pulido de tal manera que seas una joya preciosa en sus manos.

¡No quites la mirada de Dios, sea cual sea tu situación!

Un abrazo y bendiciones.

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