Oh Señor, Soberano nuestro, ¡qué imponente es tu nombre en toda la tierra! ¡Has puesto tu gloria sobre los cielos!
Salmo 8:1. NVI.
Lectura: Salmo 8:1-9. Versículo del día: Salmo 8:1.
MEDITACIÓN DIARIA
Definitivamente es muy
cierto que al levantar los ojos y ver el inmenso cielo azul radiante, de los
destellos luminosos que brotan del astro rey, no hay explicación más cierta que
la de nuestro Dios Soberano; ¡qué imponente es tu nombre en toda la tierra!
Imponente, majestuoso, deslumbrante, asombroso. Y los que niegan su creación y
divinidad tienen cegados los ojos y el espíritu. La misma naturaleza, su
creación entera da honor y gloria al Hacedor. Los que dicen que todo se creó
por energía y le dan crédito a la naturaleza, también están ciegos. Ni siquiera
se han dado cuenta que ella misma habla por sí sola de su Creador.
He podido deleitarme en
estas mañanas empezando la primavera, porque ha sido exactamente lo que dice
este Salmo lo que he podido experimentar: ver la majestuosidad y poder de mi
Señor al contemplar el cielo azul, al ver brotar las flores en los árboles y al
escuchar el trinar de los pajaritos como alabando igual que yo a nuestro Amado
Señor.
“Cuando contemplo tus
cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, 4 me
pregunto: ¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en
cuenta?” (vv. 3-4). Exactamente eso me he preguntado: Señor, ¿quién soy para
que me permitas disfrutar este paisaje tan maravilloso? ¿Por qué me amas tanto
sin siquiera merecerlo?
Te invito a que salgas
hacia el campo en un día soleado, o con lluvia, no importa; o sal en la noche a
ver la radiante luna paseándose como una galante dama en medio de una pasarela
rodeada de sus estrellas que la miran orgullosa. Sal, para que te encuentres
cara a cara con tu Dios, Señor y Creador.
Amado Señor:
gracias por permitirme verte en medio de la maravillosa creación Tuya. Gracias
por esos momentos que han sido únicos en mi vida y en los que me has hablado
muy quedo. Llévame de tu mano mi buen Señor; no me sueltes ni un segundo porque
en ese segundo puedo perderte de vista y olvidarme de tanto amor derramado para
mí que me has ofrecido. Quiero día tras día enamorarme completamente de Ti. Tú
que Eres mi amor incondicional y que siempre estás ahí, listo para ofrecerme tu
mano y volverme a levantar. ¡Te amo dulce Amor de mi vida!
Un abrazo y bendiciones.
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