Pero él salió y comenzó a hablar sin reserva, divulgando lo sucedido.Marcos 1:45.
Lectura: Marcos
1:40-45. Versículo del día: Marcos 1:45.
MEDITACIÓN DIARIA
Cuando Jesús pasaba por
Galilea, un hombre con lepra le salió al encuentro y le pidió que lo sanara. El
Señor lo sanó pero le pidió que no se lo dijera a nadie; sin embargo, el hombre
fue y lo divulgó. No lo culpo; es que es bien difícil ver la gloria de Dios
manifestada en nuestras vidas y quedarnos callados. Claro que tal parece que
por este motivo el Señor no pudo entrar a los pueblos sino desde afuera
proclamar las Buenas Nuevas (v. 45b y c).
Ayer precisamente en una
reunión familiar vino al tema sobre la urgencia que viví hace casi tres años
cuando estuve en cuidados intensivos por una pancreatitis aguda y cómo los
médicos consideraban que lo más seguro era que me moría. Sin embargo, las
oraciones de tantos por mí, llegaron hasta nuestro buen Padre y ocurrió un
milagro: salí avante del percance. Entonces, ¿cómo quedarme callada y no
proclamar a mi Señor como sanador? Toda mi familia entiende que conmigo ocurrió
un milagro; y yo diría que no solamente uno, en esa ocasión fue más de uno. La
pancreatitis fue originada porque tuve cálculos en la vesícula y estos se
salieron rodeando el páncreas y taponándolo. Después de salir de cuidados
intensivos y de la clínica fui a casa por una noche porque a la siguiente tuve
que volver nuevamente en estado crítico. Mi médico había dicho que había que
operar la vesícula pero no en esos momentos porque estaba demasiado inflamada y
no era prudente. Sin embargo, al volver a la clínica dijo que no quedaba
alternativa, había que operar y rápido. Me practicaron una laparoscopia y la
vesícula no salía; el riesgo que se rompiera era alto, por lo que ya se pensaba
hacer la cirugía por el método convencional y el mismo médico nos dijo al
final, algo así: ‘de pronto salió la vesícula como por la mano de Dios’. Así
fue: Dios mismo obró en mi cuerpo. Proclamo mi sanidad, porque al hacerlo,
otros pueden tener la esperanza y confianza en que Jesús ahora en estos tiempos
también hace milagros y suplicarle: “Si quieres, puedes limpiarme”, como lo
hizo aquel hombre (v. 40).
Amado Señor: Gracias te
doy por el amor y compasión que me has brindado. Yo proclamo mi sanidad para que otros te conozcan como el
Dios Salvador y Sanador que eres. Toda la gloria y honra te la entrego porque
eres el único digno de recibirla. ¡Te amo mi Señor y Dios!
Un abrazo y
bendiciones.
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