martes, 2 de septiembre de 2014

Adoración celestial




Y oí a cuanta criatura hay en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra y en el mar, a todos en la creación, que cantaban: ¡Al que está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos! 
Apocalipsis 5:13.


Lectura: Apocalipsis 5:1-14.  Versículo del día: Apocalipsis 5:13.

MEDITACIÓN DIARIA

En la lectura se nos nombra a cuatro seres vivientes y veinticuatro ancianos que se postraron ante el Cordero y lo adoraron cantando: “Digno eres de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación” (v. 9).  Más adelante, los ángeles hicieron lo mismo: “Cantaban con todas sus fuerzas: ¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!” (v.10).  Y el versículo del día también nos dice la adoración de “cuanta criatura hay en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra y en el mar”.  ¿Qué vemos en común?  Que todos alababan al Cordero sacrificado, al León de la tribu de Judá, la Raíz de David, al que ha  vencido: el Señor Jesucristo.   Él que puede abrir el rollo y sus siete sellos” (v. 5). 
No puedo leer este pasaje sin recordar el sueño que tuve cuando murió mi madre.  Lo he narrado en muchas ocasiones, pero quizá el enfoque no ha sido el mismo. Como es natural, yo estaba con su muerte muy mal; no solamente mi área sentimental estaba herida sino también la espiritual. A mi madre se le compartió muchas veces del Señor, pero nunca estuve segura de si recibió al Señor o lo pasó por alto. El caso es que yo no dormía tranquila pensando si mi mami estaba en el cielo o no.  Le había orado al Señor y le había pedido que me mostrara al respecto.  Entonces, esa noche tuve un sueño (o visión como me lo dijo un Pastor más tarde), donde yo escalaba una montaña y en la cima estaba mi madre esperándome. Ella, alargó su mano para ayudarme ya terminando mi ascenso y jalándome presurosa me dijo: ‘¡Apúrate!  Porque aquí en el cielo todos alabamos al Señor’. Recuerdo haber pasado como por diferentes salones donde así era: se escuchaban alabanzas y alabanzas.  Estaba segura que mi buen Señor me había hablado respecto a la salvación de mi Teresita, por la alegría indescriptible que tenía al despertarme y porque a pesar de ser aún oscuro, mi habitación reflejaba una luz diferente y esparcía una fragancia inolvidable. Sí; sin duda alguna cuando me reencuentre con mi madre, nos uniremos al coro de millares y millares de toda raza, lengua, pueblo y nación para darle toda la honra y gloria a quien solamente la merece.

Toda honra, gloria, honor y poder, sean para ti amado Señor Jesucristo.  Eres el único digno de recibir adoración por los siglos de los siglos.

Un abrazo y bendiciones.

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