domingo, 8 de diciembre de 2013

Tu amor reflejado en nuestro hogar



Quiero conducirme en mi propia casa con integridad de corazón.   
Salmo 101:2b.


Lectura: Salmo 101:1-8.  Versículo del día: Salmo 101:2b.

MEDITACIÓN DIARIA

El primer sitio donde debemos dar testimonio es en nuestra propia casa.  Nuestro hogar debe de estar impregnado de la presencia del Señor y somos los llamados a poner esa dosis de amor, armonía, paz, tolerancia y respeto. No es que en la iglesia seamos uno y por fuera todo lo contrario.  Tampoco es que demostremos bondad y misericordia con los demás y con los propios, los que más nos interesan, no lo hagamos. Dice al respecto la carta de Pablo a Timoteo: “porque el que no sabe gobernar su propia familia, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios?” (1 Timoteo 3:5).  O sea: que si no lo hacemos bien adentro, lo que hagamos por fuera se convierte en hipocresía.
Lo primero que debe brotar en el seno familiar debe de ser el amor: amor recíproco entre cónyuges; amor de padres a hijos y de hijos a padres.  Si en verdad fluye el amor, todo lo demás podrá venir por añadidura.  Si queremos de verdad conducirnos en nuestra propia casa con integridad de corazón, es necesario permitirle al Señor que sea el primer invitado a compartir lo nuestro. Dios es amor y el verdadero amor echa fuera el temor. Recordemos la clase de amor que nos llama a practicar 1 Corintios 13: amor paciente, bondadoso. No envidioso, jactancioso ni orgulloso. No rudo, ni egoísta; no rencoroso, ni  que se enoja fácilmente.  Amor que regocija en la verdad; que todo lo cree, todo lo disculpa, todo lo espera, todo lo soporta.   Un matrimonio cristo-céntrico tiene muchísimas más garantías de sobrevivir que uno donde el Señor escasamente lo frecuenta. “Si el Señor no edifica la casa, en vano se esfuerzan los albañiles” (Salmo 127:1); y “Con sabiduría se construye la casa;  con inteligencia se echan los cimientos. Con buen juicio se llenan sus cuartos de bellos y extraordinarios tesoros” (Proverbios 24:3-4).  El hogar no es en sí, las cuatro paredes que lo rodean con un techo; es algo mucho más valioso y es allí donde primero tenemos que dar testimonio de quienes somos. 
Si queremos que nuestro hogar sea el dulce hogar deseado, el remanso de paz añorado para llegar y descansar, entonces propongámonos a dejar ver en él la gracia de Dios que brille en todo su esplendor.  Pongamos goticas de comprensión, de ternura, perdón, reconciliación y amor inagotable.

Mi Señor y Dios: Gracias por el hogar que nos has dado; por nuestra amada familia.  Enséñanos a conducirnos dentro de casa con total convencimiento que estamos haciendo las cosas bien, como te agradan a ti.  Queremos ser fuente de bendición para nuestros cónyuges e hijos todos los días, y  en cada minuto demostrarles el amor tuyo reflejado en nuestras acciones y palabras.

Un abrazo y bendiciones.

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