Quiero conducirme en mi propia casa con integridad de corazón.Salmo 101:2b.
Lectura: Salmo 101:1-8. Versículo del día: Salmo 101:2b.
MEDITACIÓN DIARIA
El primer sitio donde debemos dar
testimonio es en nuestra propia casa.
Nuestro hogar debe de estar impregnado de la presencia del Señor y somos
los llamados a poner esa dosis de amor, armonía, paz, tolerancia y respeto. No
es que en la iglesia seamos uno y por fuera todo lo contrario. Tampoco es que demostremos bondad y
misericordia con los demás y con los propios, los que más nos interesan, no lo
hagamos. Dice al respecto la carta de Pablo a Timoteo: “porque
el que no sabe gobernar su propia familia, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de
Dios?” (1 Timoteo 3:5). O sea: que si no
lo hacemos bien adentro, lo que hagamos por fuera se convierte en hipocresía.
Lo primero que
debe brotar en el seno familiar debe de ser el amor: amor recíproco entre cónyuges;
amor de padres a hijos y de hijos a padres.
Si en verdad fluye el amor, todo lo demás podrá venir por
añadidura. Si queremos de verdad
conducirnos en nuestra propia casa con integridad de corazón, es necesario
permitirle al Señor que sea el primer invitado a compartir lo nuestro. Dios es
amor y el verdadero amor echa fuera el temor. Recordemos la clase de amor que
nos llama a practicar 1 Corintios 13: amor paciente, bondadoso. No envidioso,
jactancioso ni orgulloso. No rudo, ni egoísta; no rencoroso, ni que se enoja fácilmente. Amor que regocija en la verdad; que todo lo
cree, todo lo disculpa, todo lo espera, todo lo soporta. Un
matrimonio cristo-céntrico tiene muchísimas más garantías de sobrevivir que uno
donde el Señor escasamente lo frecuenta. “Si el Señor no edifica la casa, en
vano se esfuerzan los albañiles” (Salmo 127:1); y “Con sabiduría se construye
la casa; con inteligencia se echan los
cimientos. Con buen juicio se llenan sus cuartos de bellos y extraordinarios
tesoros” (Proverbios 24:3-4). El hogar
no es en sí, las cuatro paredes que lo rodean con un techo; es algo mucho más
valioso y es allí donde primero tenemos que dar testimonio de quienes
somos.
Si queremos que nuestro hogar sea
el dulce hogar deseado, el remanso de paz añorado para llegar y descansar,
entonces propongámonos a dejar ver en él la gracia de Dios que brille en todo
su esplendor. Pongamos goticas de
comprensión, de ternura, perdón, reconciliación y amor inagotable.
Mi Señor y Dios: Gracias por el
hogar que nos has dado; por nuestra amada familia. Enséñanos a conducirnos dentro de casa con
total convencimiento que estamos haciendo las cosas bien, como te agradan a ti. Queremos ser fuente de bendición para
nuestros cónyuges e hijos todos los días, y en cada minuto demostrarles el amor tuyo
reflejado en nuestras acciones y palabras.
Un abrazo y bendiciones.
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