martes, 10 de diciembre de 2013

Creciendo en la fe



Así que Abraham creyó en el Dios que da vida a los muertos y que llama las cosas que no son como si ya existieran.  
 Romanos 4:17b.


Lectura: Romanos 4:1-25.  Versículo del día: Romanos 4:17b.

MEDITACIÓN DIARIA

Existe una gran diferencia entre creer en Dios y creerle a Dios.  Muchos son los que creen en Dios: unos de una manera muy superficial y otros más fuertemente.  Unos le creen solamente con la mente y otros con el corazón.  Abraham, el padre de la fe, le creyó a Dios sin reparos.  Creyó firmemente en el que da vida a los muertos y que llama las cosas que no son como si ya existiesen.  Creyó en la promesa de ser padre de multitudes  (cuando ni siquiera tenía hijos) empezando por Ismael (pueblo islámico), y luego la atestiguó con Isaac, de donde proviene todo el pueblo judío (v. 18 en la lectura) y nosotros los gentiles como ramas injertadas (Romanos 11:17); alimentándonos también de la savia que corre desde la raíz. Y dice mas adelante ahí en Romanos 11:20b: “y tú por la fe te mantienes firme”. 
Vemos entonces, que es la fe el motor que nos mueve y sostiene; pero esa fe muchas veces falla porque ni siquiera la poseemos en su expresión mínima (como un grano de mostaza).  Somos débiles e incrédulos; hemos visto su gloria en multitud de veces y sin embargo, andamos como a tientas: “Recuerden las maravillas que ha realizado, sus señales, y los decretos que ha emitido. ¡Ustedes, descendientes de Abraham su siervo!” (Salmo 105:5-6a)  Tenemos que aprender a llamar a las cosas que no son como si fuesen.  Sí; pronto se nos olvida la multitud de veces que ha puesto su mano sobre nosotros para librarnos aun de la muerte.
Tengamos bien presente cuando llegue la adversidad por cualquier causa, creerle a Dios con el mismo ímpetu que lo hizo Abraham.  Sabiendo que tenemos con nosotros a Aquel que da vida a los muertos y que llama las cosas que no son como si fueran.  Llenémonos de su Palabra para que el fruto de nuestros labios sea de adoración, alabanza y gratitud y no de queja y desagradecimiento.

Amado Señor: Gracias por ser tus herederos  y habernos justificado también por la fe. Te rogamos que pongas en nosotros gotitas continuas de esa  fe que marcó a Abraham, de manera que lleguen a inundar todo nuestro ser y tengamos la certeza con la mente y el corazón de que eres el Dios inigualable que todo lo puedes; y que tu superabundante gracia se derrama en los tuyos por tu infinita misericordia y amor.

Un abrazo y bendiciones.

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