jueves, 12 de diciembre de 2013

¡Eres nuestro TODO Señor!



El Señor es mi roca, mi amparo, mi libertador; es mi Dios, el peñasco en que me refugio. Es mi escudo, el poder que me salva, ¡mi más alto escondite! 
Salmo 18:2.


Lectura: Salmo 18:1-6.  Versículo del día: Salmo 18:2.

MEDITACIÓN DIARIA

Si de verdad tomáramos la Palabra de Dios personalmente con el corazón y no repitiéndola como loritos, seguro que andaríamos con más confianza y tranquilidad.
Caminando sobre la roca vamos seguros; por eso el Señor usa la parábola del que construye su casa sobre la roca y el que la hace sobre la arena, refiriéndose a que si la obedecemos seremos como el sabio que la edificó sobre la roca porque por más que vengan vientos y tempestades no se derrumbará. Igual sucede al decirle al Señor que es nuestro amparo, libertador, peñasco, escudo, el más alto escondite, el poder que salva (otras versiones dicen “el cuerno de mi salvación).  ¿Será que nuestro Señor y Dios si es todo esto para nosotros?
David en este Salmo muestra su gloria y poder; por eso lo engrandece y exalta reconociendo que el Señor lo es todo en su vida.  Sus palabras son expresiones que denotan su júbilo, amor, esperanza, fe, etc. no solo por las victorias que le ha concedido sino porque tiene puesta su mirada también en las que vendrán más adelante.
Estamos acostumbrados a nombrar las cosas y personas por lo que no son dándoles atributos de posesión sin ser en verdad nuestras (mi casa, mi carro, mi esposo(a), mis hijos, etc.); y en cambio, las que sí son, las dejamos a un lado y ni siquiera las reconocemos como tal. 
Recordemos que nada de lo que llamamos ‘mío’ lo es.  Aquí no somos más que administradores de los favores con los que el Señor nos ha bendecido.  Busquemos aquello que nos pertenece en verdad y posesionémonos de esa Roca, Baluarte, Escudo, Escondite, Cuerno y Libertador que es nuestro Dios, Señor, Salvador y Redentor.  Acostumbrémonos a arraigar fuertemente en nuestro corazón, aquello que indiscutiblemente es nuestro.
Si estás pasando una situación muy difícil, acude al Señor al igual que lo hizo David.  Busca todo lo que el Señor es para ti y aprópiatelo.  Por más difícil que sea esa circunstancia, Él es tu Ayudador y Consolador.  Dile también: – ¡Cuánto te amo, Señor, fuerza mía! Eres es mi roca, mi amparo, mi libertador; eres mi Dios, el peñasco en que me refugio. Eres mi escudo, el poder que me salva, ¡mi más alto escondite! –

Amado Señor: Gracias porque en verdad no tenemos a quién más ir sino a ti.  Gracias porque cuando te clamamos, nos respondes con amor y misericordia.  Gracias por tu fidelidad que nunca cambia. Gracias por la fuerza y valor que renuevas cada día. Gracias porque nos sacas de sombras tenebrosas rompiendo en pedazos las cadenas y nos llevas a descansar a lugares de delicados pastos.  ¡Eres nuestro TODO Señor!  ¡Sin ti no somos nada!

Un abrazo y bendiciones.

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