domingo, 24 de junio de 2012

Revestidos de humildad


No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos.   
Filipenses 2:3.

Lectura diaria: Filipenses 2:1-11.  Versículo principal: Filipenses 2:3.

REFLEXIÓN

Existiendo la envidia, reina de los  defectos, debemos cuidarnos de ella.  El Señor Jesús, siendo Dios se despojó de todos sus atributos hasta hacerse siervo y se “humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (v. 8).  Por esa actitud, Dios exaltó hasta lo sumo a Cristo y le dio un Nombre que está por encima de todo nombre (v. 9).   
Nosotros como discípulos del Maestro, no podemos vivir con las artimañas que nos ofrece el mundo como el querer enaltecernos solamente por el deseo de pasar por encima de los demás o de demostrar que somos inigualables. Así estemos dotados de los dones que sean, ponerlos a disposición de nuestro Dios, más bien para que su Nombre sea glorificado y los demás entiendan que somos hechura suya para toda buena obra.  
 “Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia, de modo que se toleren unos a otros y se perdonen  si alguno tiene queja contra otro” (Colosenses 3:12-13).  Busquemos la actitud misma que tuvo el Señor Jesús; y si queremos dar fruto que perdure, ponernos en manos de nuestro Labrador para que a través de su Santo Espíritu, seamos podados de las obras pecaminosas como el egoísmo o la vanidad y más bien por el sendero andado, regar semillas de humildad y amor que son fruto dulce y deseado que en vez de contaminar, atraen y vivifican a quienes nos rodean.
Como conclusión: “Vivan en armonía los unos con los otros; compartan penas y alegrías, practiquen el amor fraternal, sean compasivos y humildes” (1 Pedro 3:8). Sigamos el ejemplo de la oración de Francisco de Asís para que donde haya odio, llevemos amor; donde haya ofensa, perdón; donde haya tristeza, alegría. Y para que no busquemos tanto ser consolados sino consolar; ser amados, sino amar.  Considero que de este modo podemos revestirnos siempre de humildad y tomar la actitud del Señor, sabiendo que todo lo que tenemos es por su bendita misericordia y que solamente aquí somos administradores tanto de talentos como de bienes materiales.

Amado Señor: Enséñanos a revestirnos completamente de ti para que cultivemos en nosotros la humildad misma que te hizo volverte siervo aún a costa de ese sacrificio tuyo y por el cual nos has dado participación en tu reino, para que de igual modo, nosotros podamos ofrecerle al prójimo todo tu amor, perdón y fortificación impregnados de respeto y admiración.

Un abrazo y bendiciones. 

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