Tan cierto como que yo vivo –afirma el Señor omnipotente–, que no me alegro con la muerte del malvado, sino que se convierta de su mala conducta y viva. ¡Conviértete, pueblo de Israel; conviértete de tu conducta perversa! ¿Por qué habrás de morir?Ezequiel 33:11.
Lectura diaria: Ezequiel
33:1-20. Versículo principal: Ezequiel
33:11.
REFLEXIÓN
El malvado es el impío o pecador.
El que no obra de acuerdo al camino de
Dios, sino que viola sus preceptos. Quizá haya hombres menos malos que otros o
que por lo menos se consideran buenos al lado de otros hombres. Sin embargo, la
Biblia afirma que no hay un solo justo; que todos hemos pecado, “Pues todos han
pecado y están privados de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Todos llevamos a cuestas el sello de pecador
dejado por Adán y Eva.
Gracias a Dios, Él tuvo compasión
de la humanidad enviando a su Hijo Jesucristo: “Pero Dios demuestra su amor por
nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por
nosotros” (Romanos 5:8). Esta es la
buena noticia; el mensaje nuevo de salvación.
Dios no quiere que el hombre perezca, “Porque la paga del pecado es
muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro
Señor” (Romanos 6:23). Él nos habla aquí
de la muerte espiritual; la que tendremos cuando nos llame a cuentas y de esa
es la que quiere librarnos. Por eso nos
hace un llamado angustioso: ¡Conviértete! ¡Conviértete de tu conducta perversa! “Reconoce, por tanto, que el Señor tu Dios es
el Dios verdadero, el Dios fiel, que cumple su pacto generación tras generación
y muestra su fiel amor a quienes lo aman y obedecen sus mandamientos”
(Deuteronomio 7:9). “Por tanto, para que
sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios” (Hechos 3:19); “pues
él quiere que todos sean salvos y lleguen a conocer la verdad (1 Timoteo 2:4).
No hay que perder más tiempo;
busquemos al Señor mientras pueda ser hallado (Isaías 55:6). Volvamos los ojos a Él y recibiremos su
perdón y la esperanza de una vida eterna a su lado. Aceptemos su misericordia y compasión
demostrada en el acto más sublime: la entrega de su Hijo a la humanidad.
Amado Dios: gracias por habernos
mirado con ojos de amor. Gracias por
permitirnos tener una nueva vida al lado de Jesucristo tu Hijo amado. Gracias porque es el mejor regalo que nos
ofreciste. ¡Te amamos Señor y te damos
toda la honra y gloria por siempre!
Un abrazo y bendiciones.
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