Recuerda que durante cuarenta años el Señor tu Dios te llevó por todo el camino del desierto, y te humilló y te puso a prueba para conocer lo que había en tu corazón y ver si cumplirías o no sus mandamientos.
Deuteronomio 8:2.
Lectura diaria: Deuteronomio
8:1-20. Versículo principal: Deuteronomio
8:2.
REFLEXIÓN
Nadie puede decir que los
desiertos son fáciles. El Señor mismo lo
confirma: nos humilla y nos pone a prueba.
En el desierto vamos andando por fe queramos o no; no hay otra: o andamos
o nos quedamos echados encima del dolor.
Sin embargo, he aprendido a sacarle el mayor provecho a estos pasos
dificultosos, llenos de polvo y sedientos.
Relaciono mucho el desierto con
el amor profundo del Señor. Para mí,
personalmente, creo que no existe otro espacio mejor donde de verdad pueda
desbordar mi corazón ante su Presencia y entonces ocurre lo excelente: El Señor
amorosamente me habla y consiente haciéndome saber que me ama tanto que no
quiere ni por un instante que mi corazón se separe de Él. “Me la llevaré al desierto y le hablaré con
ternura” (Oseas 2:14). Precisamente es
allí donde en verdad nos hace entender que si no fuera por esos momentos
trágicos, difíciles y a veces hasta cuestionables, nos alejaríamos como ovejas
descarriadas y para el Señor esto sería muy doloroso. Es allí en medio de la aridez y de la devastación
que entendemos sus palabras de: “Te basta con mi gracia, pues mi poder se
perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). Es allí también, donde nos recuerda sus
promesas que quizá por aquello de los afanes diarios vamos olvidando. Promesas que se cumplirán porque lo ha dicho
en su Palabra y ni Él ni ella mienten. Él no es hombre para que mienta ni para
que se arrepienta: Dios cumple lo que promete; y la suma de su Palabra es
verdad (Números 23:19 y Salmo 119:160). –Así
que devolveré tus viñedos y el valle de la Desgracia pasará a ser el de la
Esperanza–; –Yo te responderé; le responderé al cielo, y el cielo a la tierra;
la tierra al cereal, al vino y al aceite; y éstos, en ultimas te responderán a
ti– (Oseas 2:15 y 21-22). Simplemente porque todo proviene de sus manos
y si Él da la orden, ésta se cumplirá.
Sin ser fácil, aprovechemos el
desierto para hablar sinceramente con el Señor; para escucharle y entender qué
es lo que desea de nosotros. Será una
experiencia maravillosa, donde su amor brotará como en ningún otro lugar aquí
en la tierra.
Amado Dios y Padre: Gracias por
conocerme tanto y estar tan pendiente de mí.
Muchas veces no entiendo tu proceder porque se me olvida que tu
corrección es una muestra de tu inexplicable amor. Gracias por sentir tu ternura, tu comprensión
y compañía en momentos de desolación.
Un abrazo y bendiciones.
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