Y ahora, Israel, ¿qué te pide el Señor tu Dios? Simplemente que le temas y andes en todos sus caminos, que lo ames y le sirvas con todo tu corazón y con toda tu alma, y que cumplas los mandamientos y los preceptos que hoy te manda cumplir, para que te vaya bien.Deuteronomio 10:12-13.
Lectura diaria: Deuteronomio
10:10-21. Versículos principales:
Deuteronomio 10:12-13.
REFLEXIÓN
Pongamos nuestro nombre en
“Israel”: Juan, Pedro, Ana, Lucía, Dora, “¿qué te pide el Señor tu Dios?”. Cuando conocemos al Señor no podemos seguir en
lo mismo; precisamente ese es el testimonio de nuestra nueva vida: las cosas
viejas pasaron y todo viene a ser nuevo (2Corintios 5:17). Por eso dice “que le temas y andes en todos
sus caminos”, “que cumplas los mandamientos y preceptos” con el fin de: “que te
vaya bien”. Es entendible que la vieja
naturaleza va a estar ahí, haciéndonos caer cuantas veces le demos campo; pero
el poder del Señor se perfecciona en nuestra debilidad (2 Corintios 12:9b). Por eso, tenemos que estar en constante
comunión con el Señor; la oración junto con la lectura de su Palabra nos irán
permitiendo un crecimiento espiritual y el Espíritu Santo empezará a hacer una
obra regeneradora en cada uno.
“Por eso, despójate de lo pagano
que hay en tu corazón, y ya no seas terco” (v. 16). No podemos jugar doble. Quizá al mundo, a los que están alrededor los
podemos engañar, pero “de Dios nadie se burla” (Gálatas 6:7); “Porque el Señor
tu Dios es Dios de dioses, y Señor de señores; él es el gran Dios, poderoso y
terrible, que no actúa con parcialidad ni acepta sobornos” (v. 17 en la
lectura). Cuando se procede de esta
manera, Dios se hace sentir inmediatamente.
Es hacer exactamente lo que hicieron los israelitas: abominar contra el
Señor y olvidarse de los prodigios y grandezas que Él tuvo para con ellos; las
consecuencias no se hacen esperar y a Dios no le queda más remedio que dejar
que el enemigo ataque, hasta que el corazón esté dispuesto a reconocer el
pecado y a pedirle perdón (1 Samuel 12:9-10).
Nosotros como su pueblo somos
iguales de tercos; una y otra vez volvemos a lo mismo. Gracias a Dios, su misericordia es tan
inmensa que siempre está dispuesto a perdonar y restituirnos. Sin embargo, no podemos dejar que el pecado
sea el pan diario porque entonces, ¿dónde está el testimonio de un cambio en
nuestra vida? De ahí la importancia de
entregarle al Señor no solo lo que nos conviene sino todas, absolutamente todas
las áreas de nuestra vida. Pedirle al
Espíritu Santo que indague y redarguya hasta lo más recóndito de nuestro ser
para que la sangre del Señor penetre hasta lo más profundo y limpie toda
maldad.
Propongámonos a barrer y ordenar
nuestra casa para que el cuerpo que es templo del Espíritu Santo, brille y
llame la atención por su pulcritud. Nuevamente: “Teme al Señor tu Dios y
sírvele… Él es el motivo de tu alabanza; él es tu Dios, el que hizo en tu favor
las grandes y maravillosas hazañas que tú mismo presenciaste” (vv. 20-21).
Amado Señor: Gracias porque tú moriste en la
cruz por la totalidad de nuestros pecados; te pedimos que nos indagues y
escudriñes hasta el fondo, para que todo aquello que nos está haciendo daño
salga, y tu bendita sangre sea derramada para lavarnos y limpiarnos
completamente de todo mal. ¡Tú eres
digno Señor de recibir toda la gloria y honra!
Un abrazo y bendiciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario