Haré que ellas (sus ovejas) y los alrededores de mi colina sean una fuente de bendición. Haré caer lluvias de bendición en el tiempo oportuno.Ezequiel 34:26. Paréntesis mío.
Lectura diaria: Ezequiel 34:1-31. Versículo principal: Ezequiel 34:26.
REFLEXIÓN
Hermosa la promesa que nos da el
Señor en este pasaje. Somos sus ovejas
amadas y está muy preocupado porque los pastores no han cuidado de ellas como
deberían hacerlo (vv. 2-10). Pero no
solamente nos habla de nosotros como su rebaño, sino que también nos asegura
que David su siervo las apacentará y será su único pastor. Como profecía se cumple más tarde cuando
llega el Señor Jesús a la tierra quien es del linaje de David, por eso dice el
versículo 24: “Yo, el Señor, seré su Dios, y mi siervo David será su
príncipe. Yo el Señor lo he dicho”. Recordemos que ya en el Nuevo Testamento, el
Señor Jesús es el buen Pastor. Él llama
a cada una por su nombre y va adelante guiándolas por el camino exacto. Él da su vida misma por sus ovejas y las
conoce perfectamente (Juan 10:1-15).
Además nos aclara lo ya dicho en Ezequiel: “Mi Padre que me las ha dado,
es más grande que todos, y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar. El
Padre y yo somos uno” (Juan 10:29-30).
Este buen Pastor, el prometido
por Dios, es el mismo en quien hemos creído los cristianos y a quien le hemos
entregado nuestra vida. Vida que con
todos sus atafagos, alegrías y dificultades está en sus manos. Nuevamente vemos que Dios es fiel a sus
promesas y que como nos dice el verso del día, “haré caer lluvias de bendición en
el tiempo oportuno”. Son promesas para ti
y para mí. Promesas que no dejarán de
cumplirse porque somos su rebaño pequeño, su rebaño amado. El rebaño que Él mismo apacienta y
cuida. El Pastor por excelencia sabe en
qué momentos estamos cansados, agotados, sedientos y nos dirige hacia verdes
prados a reposar. Es el Pastor que ya no
va a seguir dejando que vengan los devoradores y seamos presa de sus
garras. Este es el buen Pastor que
derramará también a su tiempo las lluvias de bendición prometidas.
Confiemos en su Palabra; no
miremos con los ojos del mundo los aconteceres diarios. Olvidemos y dejemos atrás todo aquello que nos
hace daño y que el enemigo ha querido interponer creyendo que nos puede
arrebatar de las manos de nuestro Gran Pastor y Señor Jesucristo. Sigamos adelante con la cabeza bien en alto
como ovejas obedientes que descansan en el regazo de su Pastor, mientras
empiezan a brotar las lluvias prometidas.
Señor Jesús: Gracias por tenernos
como tu rebaño predilecto. No queremos
salir nunca de tu redil. Permite que
allí en el aprisco, al lado tuyo, encontremos verdes pastos no solamente para
descansar sino para calmar la sed que nos produce el ataque del enemigo. Esperamos ansiosos el tiempo oportuno que nos
tienes deparado confiando en tu bendita Palabra.
Un abrazo y bendiciones.
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