martes, 27 de marzo de 2012

Reconociéndolo como Señor y Dios

–¡Señor mío y Dios mío! –exclamó Tomás.
Juan 20:28.


Lectura diaria: Juan 20:24-31. Versículo principal: Juan 20:28.


REFLEXIÓN


Le costó al discípulo Tomás creer antes de ver. A pesar de haber estado a su lado durante todo el ministerio del Señor, de haber sido testigo presencial de los milagros que realizó, de lo que escuchó y aprendió directamente de Él, su fe no le alcanzó para entender que “su Maestro” resucitaría. “–Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe” (v. 27). Exactamente le respondió el Señor sobre lo mismo que Tomás había cuestionado (v. 25). El Señor le dice: “dichosos los que no han visto y sin embargo creen” (v. 29).

No solamente es Dios creador del universo, es también quien enseñorea todas las cosas. “Por medio de él todas las cosas fueron creadas” (Jn. 1:3); Jesucristo el Verbo encarnado, es Soberano Señor y Rey. “Está vestido de un manto teñido de sangre, y su nombre es el Verbo de Dios”; “En su manto y sobre el muslo lleva escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Ap. 19: 13 y 16). Teñido de sangre porque el Verbo de Dios se inmoló por la humanidad; no le importó derramarla toda con tal de que tú y yo un día pudiéramos reconocerle como lo que es: Señor y Dios. Por eso es más que digno de llamarse “Rey de reyes y Señor de Señores”.

¿Si es Cristo para ti el Señor y Dios? O solamente es una figura representada en un crucifijo que ni siquiera demuestra la realidad de cómo quedó como persona. Recordemos que Isaías profetizó sobre su muerte: “Muchos se asombraron de él, pues tenía desfigurado el semblante; ¡nada de humano tenía su aspecto!” (Is. 52:14). Busquemos en nuestro corazón el señorío de Cristo. Reconozcámoslo como lo que es: Dios y Señor. Solo podemos entender su mensaje, oírlo y reconocerlo como Señor y Dios cuando le abrimos el corazón y le permitimos que entre a formar parte de nosotros. Entonces sí; si lo tenemos entronizado será de verdad quien gobierne cada una de nuestras áreas y podemos decirle sinceramente: “Señor mío y Dios mío”.


Amado Jesús: Enséñanos a entregarte absolutamente todas las áreas de nuestra vida para que en realidad podamos exclamar que eres el verdadero Señor y Dios, gobernador nuestro.


Un abrazo y bendiciones.

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