jueves, 1 de marzo de 2012

Bendición heredada

Sus descendientes serán conocidos entre las naciones, y sus vástagos, entre los pueblos. Quienes los vean, reconocerán que ellos son descendencia bendecida del Señor.
Isaías 61:9.


Lectura diaria: Isaías 61:1-11. Versículo principal: Isaías 61:9.


REFLEXIÓN


Dios tiene una promesa para nuestros hijitos y esta se cumplirá a su debido tiempo. No hay por qué temer a la gente inicua de este mundo; al fin y al cabo, el que lo gobierna es Satán y de él no se puede esperar nada bueno. Al revés, siempre estará hostigando al creyente viendo a ver cómo lo hace caer (1 Pe. 5:8), poniéndole miles de trampas para desanimarlo y hacerle creer “que no se puede”.

Cuando el Señor nos llama, nos convertimos en sus embajadores enviándonos a cumplir una misión: anunciar buenas nuevas a los pobres, sanar corazones heridos, proclamar liberación a los cautivos, dar libertad a los prisioneros y pregonar el año del favor del Señor (vv. 1-2). Seremos reconocidos como sus ministros y sacerdotes (v. 6); por esta labor tendremos grande recompensa y qué mejor que la de encargarse el Señor de nuestros retoños. Dice el versículo 7: “En vez de vergüenza, mi pueblo recibirá doble porción; en vez de deshonra, se regocijará en su herencia; y así en su tierra recibirá doble herencia, y su alegría será eterna”. No solamente nos habla de una herencia material, sino de una espiritual: “En mi fidelidad los recompensaré y haré con ellos un pacto eterno” (v. 8b), pacto que por ende va a las generaciones que nos siguen. ¡Hasta dónde llega su fidelidad! Podemos andar seguros sin temer por nuestros hijos, porque hay un Padre eterno y supremo que simplemente por su pacto con los suyos, los tiene bien en cuenta y en el momento exacto estirará su mano para alcanzarlos para Él. Esto es simplemente una bendición heredada. Por todo ello:

“Me deleito mucho en el Señor; me regocijo en mi Dios. Porque él me vistió con ropas de salvación y me cubrió con el manto de la justicia. Soy semejante a un novio que luce su diadema, o a una novia adornada con sus joyas” (v. 10).


Gracias Señor porque nuestros hijos están en las mejores manos: en las tuyas. De allí no podrán escapar, por más vientos y tempestades que caigan.


Un abrazo y bendiciones.

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