lunes, 26 de marzo de 2012

La espada que traspasa el corazón

Cuando Jesús vio a su madre y a su lado al discípulo a quién él amaba, dijo a su madre: ­–Mujer ahí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: –Ahí tienes a tu madre.
Juan 19:26-27.


Lectura diaria: Juan 19:17-30. Versículos principales: Juan 19:26-27.


REFLEXIÓN


Una madre espera a su hijo con ansiedad; añora tenerlo entre sus brazos, arrullarlo, besarlo y decirle cuánto lo ama. Quisiera que nada ni nadie pudiera llegar a hacerle daño y se vuelve tan agresiva ante el peligro de algún malintencionado frente a él, como lo puede hacer una gallina por sus polluelos o una tigresa frente a sus cachorros. Para una madre es muy tormentoso ver a un hijo en situaciones difíciles; prefiere llevar la carga ella misma, antes que soportar su sufrimiento.

La película “Jesús de Nazaret” es patética en este sentido. Muestra claramente la escena donde María, la madre de Jesús sufre los suplicios atroces a que fue sometido su divino Hijo. ¿Hasta dónde pudo aguantar esta mujer? Primero verlo vituperado, humillado y difamado por los de su misma fe. ¿Qué sentiría cuando le clavaron esa corona de espinas? ¿O cuando le azotaban, abofeteaban y burlaban? Después solamente como observadora inerte sin poder salir en su rescate, sentir como suyo en su corazón cada martillazo, hasta verlo agonizar sediento y entregar su alma al Padre. Definitivamente como se lo profetizó el anciano Simeón: “En cuanto a ti, una espada te atravesará el alma” (Lc. 2: 35b). ¡Y hasta dónde la traspasó!

Jesús, en su esencia humana ladea su cabeza hacia abajo, y se encuentra con la mirada inerme de su madre. No se olvida de ella. Se la encarga al discípulo amado, para que en algo logre menguar su dolor.

Una madre siempre tiene sobre sus hombros alguna cruz para cargar. ¿Cuántas veces se lleva encima la del hijo ausente o lejos de la fe en Cristo? ¿La del hijo rebelde atormentado por las drogas? O peor aún: El hijo sometido a una cama por una enfermedad latente, donde a esta madre solo le espera posar sus manos tenues y cerrar sus ojos como despedida. ¡No importa mujeres! Esa misión es la que ennoblece nuestra causa. La buena noticia es que Jesús en la cruz ya se llevó todo este sufrimiento para que el nuestro sea menos pesado.

Siempre he pensado que en vez de ahuyentar al pueblo cristiano de la bendita virgen María, deberíamos analizar su disposición de corazón: primero fue la primera persona que lo recibió en su vida al contestarle al ángel: “Aquí tienes a la sierva del Señor” (Lc. 1:38); y luego al crucificar su carne frente al dolor de madre para que “su Jesús” terminara la obra encomendada como hombre humano y su esencia divina morara en ella: tal como lo dice la Escritura: “He sido crucificado con Cristo y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí” (Gál. 2:20). Como mujer sabia, entendió perfectamente su labor.


Señor: Permite que el dolor de esta madre lo compartan los corazones de quienes no consiguen vislumbrar tu obra y lo conviertan en el suyo propio. Haz que entiendan tu pasión completa como la única solución para alcanzar la redención.


Un abrazo y bendiciones.

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