jueves, 22 de marzo de 2012

La impaciencia causa idolatría

Al ver los israelitas que Moisés tardaba en bajar del monte, fueron a reunirse con Aarón y le dijeron: –Tienes que hacernos dioses que marchen al frente de nosotros, porque a ese Moisés que nos sacó de Egipto, ¡no sabemos qué pudo haberle pasado!
Éxodo 32:1.


Lectura diaria: Éxodo 32:1-35. Versículo principal: Éxodo 32:1.


REFLEXIÓN


Cuando leemos la historia de los israelitas pensamos ¡qué pueblo tan terco y obstinado! Contemplaron las maravillas del Señor para sacarlos de Egipto y para que cruzaran el Mar Rojo sobre tierra; vieron cómo Dios peleaba directamente por ellos; cómo los sustentó con maná del cielo, carne y agua; observaron personalmente la columna de nube que los guiaba en el día y la de fuego en la noche, pero en realidad estaban lejos de Él. No le creyeron; aún su corazón se encontraba en el pasado. En un Egipto tormentoso y difícil, pero arraigado fuertemente a ellos: a sus dioses, a sus costumbres. Tenían mucho de qué aferrarse, para entender que su dios, era el verdadero Dios Todopoderoso; no era un dios hecho con manos humanas, era real y majestuoso. Preferían seguir viviendo en la miseria como esclavos y denigrados que cogerse de la nueva vida que el Señor les estaba ofreciendo. No supieron esperar cuando Moisés subió al Monte Sinaí a recibir las tablas de la ley y le exigieron a Aarón: “tienes que hacernos dioses que marchen al frente de nosotros”. La impaciencia los llevó a cometer el pecado más grande con el que se pueda ofender a Dios: la idolatría.

Lo triste es que a pesar de criticarlos nosotros somos iguales a ellos. Cuando conocemos al Señor Jesucristo le entregamos si bien es cierto la vida, pero quizá nuestro corazón aún está pegado a un mundo pecaminoso y sucio, y cuesta comprometerse con Él, porque precisamente ese mundo es de puertas anchas y atrayentes: “Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero que acaban por ser caminos de muerte” (Pr. 14:6). El Señor nos exige obediencia y la obediencia implica paciencia y eso es lo que menos tenemos. Cuántas veces el Señor nos dice: “espera… llegaré enseguida”; pero nosotros, o “metemos la cucharada” como decían nuestros ancestros, o buscamos otras salidas porque no somos capaces de esperar el tiempo de Dios. Llegamos incluso como ellos a volver al vómito, a los dioses antiguos creyendo que éstos, sí tienen poder porque a nuestro Dios “le quedó grande” el sacarnos de esa situación. Somos exactamente iguales de obstinados, incrédulos y rebeldes.

Reflexionemos y comprendamos que tenemos al único Dios verdadero; al que desea para nosotros planes de bienestar y no de calamidad; al que quiere vernos marchar solamente guiados por su mano; al Dios perdonador y misericordioso que no le importó dar a su único Hijo, solamente para que pudiéramos con Él conseguir la salvación. Aprendamos entonces a esperar confiadamente en el Señor, nuestro Dios Todopoderoso.


Amado Señor: Enséñanos a valorar todo lo que has hecho por nosotros; quita de nuestra boca la queja, la injuria y la idolatría convirtiendo más bien cada palabra que pronunciemos, en alabanza y adoración hacia ti por tantos beneficios recibidos.


Un abrazo y bendiciones.

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