domingo, 19 de febrero de 2012

Mi gratitud por siempre

¡Ofrece a Dios tu gratitud, cumple tus promesas al Altísimo! Invócame en el día de la angustia; yo te libraré y tú me honrarás.
Salmo 50:14-15.


Lectura diaria: Salmo 50:1-23. Versículos principales: Salmo 50:14-15.


REFLEXIÓN


El empezar a elaborar “Mis devocionales compartidos”, fue producto de mi diagnóstico de cáncer de mama. Yo se los ofrecí al Señor, en verdad, no esperando ser sanada de mi enfermedad, sino más bien angustiada de pensar que la vida se me iba y después de tantos años de conocerle no sentía que hubiese hecho algo fructífero por Él.

Hoy hace tres años pasé por la experiencia más difícil de mi vida: la última cirugía que duró ocho horas y de la cual si les soy sincera, estaba angustiada y asustada. Mi última oración en la camilla cuando me durmieron fue: “Señor, mi vida está en tus manos”. El despertar a pesar de sentir felicidad y gratitud a mi Dios, fue triste. No podía ni medio moverme; mi cuerpo estaba demasiado estropeado, además de las vendas y tubos que tenía por todo lado. Casi que ni siquiera era capaz de voltear la cabeza y cuando ya en la habitación al otro día, veía caminar a alguien me preguntaba: ¿será que yo vuelvo a moverme de ese modo?

Ahora, no tengo cómo darle gracias a mi Señor y Sanador. Mi buen amigo, Jesús, nunca me abandonó. Al contrario me hizo saber a través de otras personas cuánto me amaba y cómo me tenía en sus brazos arrullándome y consintiéndome, porque sabía de antemano de mi debilidad. ¿Cómo no entenderlo de esa manera, si al estar rígida en una cama entra una joven enfermera a asistirme y en ese momento su celular empieza la dulce melodía: “Porque yo soy tu niña, la niña de tus ojos; me amaste a mí”? Ella, ocupada conmigo, tuvo que dejarlo sonar un rato. Simplemente el Señor me estaba deleitando con sus palabras, diciéndome: “¡No temas Dora, estoy contigo!”. “Te exaltaré, Señor porque me levantaste, porque no dejaste que mis enemigos se burlaran de mí. Señor mi Dios, te pedí ayuda y me sanaste. Tú, Señor, me sacaste del sepulcro; me hiciste revivir de entre los muertos” (Sal. 30:1-3).

Hay que aprender a ser agradecidos y recordar lo que el Señor ha hecho con nosotros para que no se nos olvide hasta dónde llegan su amor y misericordia. Incluso es una buena terapia hacerlo en momentos de angustia, porque nos lleva a reflexionar que si hizo lo anterior, también puede con lo de ahora; Él es el Todopoderoso y nada le queda grande.


¡Mi gratitud es para ti Señor! ¡La honra, la gloria, el honor y la victoria son tuyos y de nadie más! Tú has sido mi Médico de cabecera, mi Guardián, mi Libertador. ¡Te amo mi Señor!


Un abrazo y bendiciones.

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