martes, 28 de febrero de 2012

Disfrutar la herencia

Hijo mío –le dijo su padre–, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo.
Lucas 15:31.


Lectura diaria: Lucas 15:11-32. Versículo principal: Lucas 15:31.


REFLEXIÓN


Todos conocemos la parábola “del hijo perdido” o más conocida como la “del hijo pródigo”. Sin embargo, no voy a hablar del hijo que se fue y malgastó toda su fortuna indebidamente, arrepintiéndose luego y volviendo humillado a la casa de su padre. Lo que quiero resaltar es la actitud del otro hermano, del que estuvo siempre al lado del padre, cumpliendo con sus obligaciones. Este hombre a pesar de tenerlo todo, por lo visto no supo disfrutarlo; se sentía menospreciado y rebajado, sin darse cuenta que todo lo que poseía su padre era de él también y por lo tanto, lo que le faltaba era apropiarse de esos beneficios que de por sí ya eran suyos y estaban ahí para su goce y disfrute.

Como hijos de Dios nos pasa exactamente lo mismo; despreciamos una salvación tan grande y quizá nos vamos por las pequeñeces y trivialidades sin tener en cuenta toda la grandeza que encierra ser sus herederos. Jesús vino a darnos no solo la vida eterna sino vida en abundancia desde aquí en la tierra para que empecemos a disfrutarla desde ahora. Si nos comportamos como este hermano, trabajando al lado del Padre, obedeciéndole y respetándole como tal, ¿por qué no empezar a deleitar desde ya lo que nos corresponde? El propósito de Dios desde el comienzo fue darnos vida plena pero la desobediencia del hombre interrumpió esa gracia y tuvo que venir el Señor Jesús para restituírnosla nuevamente. Ahora que le recibimos y conocemos ya volvimos a entrar en su reino, adoptados como hijos de Dios (Jn. 1:12), y herederos de todas las bendiciones que Dios nos ha preparado desde antes de la fundación del mundo (Ef. 1:3-4). Nos ha transformado en nuevas criaturas y por consiguiente todo viene a ser nuevo; nos ha dado el perdón de todos los pecados. También nos ha sellado con su Santo Espíritu (Ef. 1:13), y el Espíritu da testimonio de que somos hijos de Dios (Ro. 8:16); a través suyo tener una relación personal e íntima con el Padre celestial para decirle cariñosamente “Papito” (Gál. 4:6-7 y Ro. 8:15), y hablarle con la confianza absoluta con la que un hijo se dirige a su padre terrenal.

Para reflexionar: no nos dejemos engañar por el maligno y empecemos a gozar de todos los beneficios con los que Dios nos ha dotado. Apropiémonos de cada una de sus promesas para hacerlas realidad en nuestra vida. No solo las de carácter espiritual, también las físicas y materiales porque Dios quiere en nosotros una integridad completa. Si dice que por sus llagas somos sanos, lo somos. Si dice que nos pondrá en lo alto no en lo bajo, es porque así es. Si dice que el oro y la plata son suyas y las riquezas llegaran para el esplendor de nuestra casa, creámosle. La Biblia está llena de ricas bendiciones, las cuales todas son nuestras; simplemente disfrutemos la herencia otorgada por nuestro bendito Padre celestial, para la honra y gloria de su Nombre.


Amado Padre: Gracias por haber tenido el privilegio de conocer a tu amado Hijo Jesucristo y con Él, hechos partícipes de todo tu reino.


Un abrazo y bendiciones.

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