lunes, 20 de febrero de 2012

Amor y perdón

Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama.
Lucas 7:47.


Lectura diaria: Lucas 7:36-50. Versículo principal: Lucas 7:47.


ENSEÑANZA


Poco podían entender los que estaban alrededor de Jesús, lo que había hecho la mujer que se presentó en la casa del fariseo llorando y con un frasco de perfume. Su llanto lavaba los píes del Señor, los secaba con su cabello, los besaba y encima les regaba con el perfume. Esta mujer tenía fama de pecadora; así que el fariseo pensaba que si en verdad el Señor era profeta, tenía que saber de su condición y sin embargo, no decía nada.

Al Señor no le importa cuántos pecados pueda tener encima una persona; le importa la actitud de su corazón y la sinceridad con la que se acerque a Él. Jesús le hace saber al fariseo que entre más se le perdone a una persona, mucho más, ésta amará. El que se considera “bueno”, siempre va a menospreciar el sacrificio del Señor porque no alcanza a entender la magnitud de su pasión y muerte por él. De ahí, que el arrepentimiento tiene que ser franco; tiene que doler el haber pecado y tener el propósito de enmendarse. Además no hay uno solo bueno, todos hemos pecado y estamos privados de la gloria de Dios (Ro. 3:23).

Tenemos que concientizarnos que el Señor no quedó tan bonito como nos lo pintan en un crucifijo. La Biblia dice que “No había en él belleza ni majestad alguna”; “Todos evitaban mirarlo; fue despreciado y no lo estimamos”; literalmente: “Él fue traspasado por nuestras rebeliones y molido por nuestras iniquidades”; “aunque nunca cometió violencia alguna, ni hubo engaño en su boca” (Is. 53:2b, 3c, 5 y 9c). Isaías en su visión mesiánica en el capítulo 53, nos muestra a nuestro Gran Señor en la dimensión total de su agonía y sufrimiento, todo con el único propósito de alcanzar la salvación para la humanidad. ¡Una salvación tan grande no puede despreciarse!

Lo que resta ahora es aceptar genuinamente ese sacrificio y confesar personalmente con la boca que Jesús es el Hijo de Dios, muerto y resucitado; pedirle perdón por los pecados y que entre a formar parte de la vida de cada uno de los que se acercan a Él. Dios no está interesado en la belleza de las palabras, ni siquiera en el vestido o adornos que llevemos encima. También le es indiferente si se tiene el cabello largo o corto, si se llevan atavíos, sean hombres o mujeres; solo le interesa un corazón contrito y humillado: ¡ese jamás será despreciado! Cuando lo hacemos, comprendemos la dimensión de su amor por el pecador.


Señor Jesús: Gracias por lo que hiciste por nosotros en la cruz del calvario. Enséñanos a apreciar tu sacrificio como el único valedero para alcanzar la salvación.


Un abrazo y bendiciones.

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