lunes, 13 de febrero de 2012

La promesa para nuestros hijos

No temas, Jacob, mi siervo, Jesurún, a quien he escogido, que regaré con agua la tierra sedienta, y con arroyos el suelo seco; derramaré mi Espíritu sobre tu descendencia, y mi bendición sobre tus vástagos.
Isaías 44:2-3.


Lectura diaria: Isaías 44:1-5. Versículos principales: Isaías 44:2-3.


REFLEXIÓN


Siendo la familia una de las mayores prioridades, es lógico que todo padre o madre cristiano(a) se preocupe porque sus hijos conozcan al Señor y anden en su camino. En el libro de Isaías, Dios nos habla muy claro sobre el asunto y nos da la promesa: “No temas” Jacob o Jesurún; o Juan, Pedro, María, etc.; apropiémonoslo porque es para cada uno de nosotros a quien el Señor le está hablando. Si hay algún hijo que esté descarriado, en rebelión o desobediencia ya podemos estar tranquilos y descansar en el Señor sabiendo que hará a su debido momento lo que tenga que hacer para que éste vuelva los ojos hacia Él. “y brotarán como hierba en un prado, como sauces junto a arroyos. Uno dirá: “Pertenezco al Señor; otro llevará el nombre de Jacob, y otro escribirá en su mano: “Yo soy del Señor”, y tomará para sí el nombre de Israel” (vv. 4-5). Lo que sí nos corresponde como padres es orar continuamente y si es preciso hacer guerra espiritual rompiendo, arrancando, derribando, destruyendo y demoliendo toda artimaña de Satanás, porque no podemos descuidarlos. Satanás sabe muy bien lo que logrará si arrebata a alguno de ellos, pero la batalla es del Señor y seguro que saldremos airosos en esa pelea.

En Hechos también tenemos la promesa escrita: “–Cree en el Señor Jesús; así tú y tu familia serán salvos“ (Hch. 16:31). Esto no quiere decir que por el hecho de ser cristianos nosotros, ellos de una vez lo van a ser también. La salvación llega en el momento en que cada persona confiesa con su boca creyendo en el corazón que Jesús es el Señor y que Dios lo levantó de entre los muertos. Es ahí donde entra a funcionar la parte nuestra con la oración y el ayuno si es necesario, para que ellos le reconozcan como Señor y Salvador personal y la promesa se cumpla.

Padres: hay que insistir, persistir y no desistir en nuestra intersección por ellos. Son los tesoros más preciados que Dios nos ha regalado y tenemos que velar porque se encuentren bien asegurados, lo cual, solo lo puede hacer perfectamente el Señor.


Amado Dios: gracias porque ninguno de nuestros hijos morirá sin que te conozca como Señor y Salvador de acuerdo a tu promesa. Permítenos también ser para ellos, los padres que irradien tu amor, ternura y comprensión.


Un abrazo y bendiciones.

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