jueves, 16 de febrero de 2012

Frutos apetecibles

Produzcan frutos que demuestren arrepentimiento.
Lucas 3:8a


Lectura diaria: Lucas 3:4-20. Versículo principal: Lucas 3:8a


REFLEXIÓN


La vida del cristiano siempre se asemeja al árbol. Es plantado por Dios con la intención de dar mucho fruto maduro y que perdure su cosecha. Para esto tiene que estar bien abonado, cuidado y regado: “cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan” (Sal. 1:3b). Va a tener fruto continuo aunque llegue el calor y la sequía, porque está enraizado junto a corrientes de agua (Jer. 17:8). La persona creyente tiene que ir poniendo su confianza en el Señor y su Palabra para poder tener unas bases sólidas y no permitir que su fe se deteriore y se marchite, sin lograr dar los frutos esperados por Dios.

El hombre nacido de nuevo, el que le ha entregado su vida a Jesucristo, comienza a experimentar una vida con propósito y sentido desde el mismo momento de su conversión. Para empezar a dar fruto apetecible y que permanezca, tiene que haberle permitido al Señor entrar en todas las áreas de su vida, de tal modo que a medida que pase el tiempo se vaya formando en él, el carácter de Cristo. Dios por su amor, concede todas las cosas que necesitamos para vivir como nos lo manda y nos entrega sus magníficas promesas para que lleguemos a tener parte en la naturaleza divina. Nos demanda entonces, que nos esforcemos en añadir siempre algo más: a la fe, virtud; a la virtud, entendimiento; al entendimiento, dominio propio; al dominio propio, constancia; y a la constancia, devoción a Dios (1 Pe. 1:3-6). En la vida cristiana debemos crear hábitos que nos lleven a actuar y ejercer la voluntad de tal manera que llegue el momento en que sea una realidad lo dicho por el apóstol Pablo: “ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí” (Gál.2:20); de esta manera nos vamos impregnando de lo suyo y seremos verdaderamente sus discípulos. Discípulos reconocidos precisamente por el fruto apetecible que demostremos: “¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los cardos? Del mismo modo, todo árbol bueno da fruto bueno, pero el árbol malo da fruto malo” (Mt. 7:16-17). Reflexionemos sobre qué clase de fruto es el que nuestro árbol (vida) está repartiendo.


Señor: permite que nuestra vida cristiana se riegue con tu Santo Espíritu para que podamos entregar siempre el fruto apetecible del corazón arrepentido, que esperas de tus hijos.


Un abrazo y bendiciones.

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