domingo, 1 de agosto de 2010

La supremacía del Hijo

En el principio, oh Señor, tu afirmaste la tierra, y los cielos son la obra de tus manos.
Hebreos 1:10.


Lectura diaria: Hebreos 1:1-14. Versículo del día: Hebreos 1:10.

ENSEÑANZA

Entre algunas sectas o religiones se tiene la tendencia de no reconocer a Jesucristo como Dios, y se dice que no tuvo nada que ver con la creación del mundo. En este pasaje como en otros de la Biblia se nos afirma lo contrario: “En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él nada de lo creado llegó a existir”. (Jn.1:1-3). Claramente vemos que ya existía el Verbo y el Verbo era Dios. El Verbo es el mismo Señor Jesucristo hecho carne y quien se hizo hombre para venir a salvar a la humanidad de las garras de Satanás. El autor del Libro de Hebreos afirma que Dios se manifestó antiguamente a través de los profetas, pero que ahora es única y exclusivamente a través de su Hijo Jesucristo. Él, el Verbo, vino a rescatarnos y llevar sobre sus hombros todo el pecado. Sufrió y padeció por el género humano hasta llegar a la muerte de cruz. Su muerte no fue una muerte cualquiera, el profeta Isaías nos la describe como cruenta donde ni siquiera quedó figura humana en Él. Este Señor, es quien por ser el Dios divino, creador, redentor y salvador, merece toda nuestra adoración y pleitesía. Toda rodilla se doblará ante su presencia y toda lengua confesará que es el Señor. Sí, es el Señor de señores y el Rey de reyes. “El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa. Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas” (Heb. 1:3). Está Sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso y los ángeles le adoran. Su cetro es un reino de justicia. Los cielos y la tierra perecerán y se desgastarán como vestido, pero Él siempre seguirá siendo el mismo inmutable por los siglos de los siglos (vv.8-13). Si Dios exalta su majestuosidad al reconocerle como el Hijo obediente que cumplió fielmente su misión, ¿por qué nosotros no le damos el lugar adecuado en nuestras vidas, ni le honramos y adoramos como debe ser? Les invito a reflexionar sobre esto y a aceptarle hoy en sus vidas como Señor y Salvador. Oremos: Señor Jesucristo, reconozco lo que hiciste por mí y te doy gracias por ello. Te pido, entres en mi vida y seas mi Dios, Señor y Salvador; perdona mis pecados y hazme la persona que deseas que yo sea. ¡ Adoro y bendigo tu nombre! Gracias porque nadie nunca me amó tanto, como lo hiciste tú, al punto de dar tu vida por mí. En tu nombre Jesús, amén.

Un abrazo y bendiciones.

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