lunes, 9 de agosto de 2010

La sangre del nuevo pacto

De hecho, la ley exige que casi todo sea purificado con sangre, pues sin derramamiento de sangre no hay perdón.
Hebreos 9:22.

Lectura diaria: Hebreos 9:11-28. Versículo del día: Hebreos 9:22.

ENSEÑANZA

En el Antiguo Testamento para que hubiera perdón de pecados, primero tenía que efectuarse el sacrificio de un animal ya fuera macho cabrío o becerro. Esto tenía que realizarse anualmente. El sacerdote entraba al Lugar Santísimo y ofrecía sacrificios para cubrir los pecados tanto suyos, como los cometidos por los otros levitas y en general los de todo el pueblo de Israel. Moisés roció al pueblo con la sangre del pacto y dijo: “Esta es la sangre del pacto que, con base en estas palabras el Señor ha hecho con ustedes” (Ex. 24:8). Ahora ya no necesitamos que anualmente se cumpla este ritual porque al morir el Señor Jesucristo y derramar su sangre por el perdón de pecados de toda la humanidad, y al aceptar nosotros su sacrificio como único y perpetuo, tendremos no sólo el perdón de pecados sino la entrada juntamente con Él a la patria celestial. Si tenía tanta validez la sangre derramada anualmente de animales inmolados para limpiar y purificar a las personas, “¡cuánto más la sangre de Cristo, quien por medio del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestras conciencias de las obras que conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios viviente!”. Por eso al instituir el Señor la cena dijo: “-Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por ustedes” (Luc. 22:20). El pacto de la ley de Moisés quedó atrás, entró a regir uno nuevo a través de Jesucristo, por quien por la redención de su sangre, obtenemos el perdón de pecados. Volteemos los ojos al Señor Jesucristo mediador del nuevo pacto, para recibir la herencia eterna prometida, ahora que Él ha muerto para liberarnos de los pecados cometidos bajo el primer pacto (Heb. 9:15). Señor Jesucristo, acepto que moriste por mí en una cruz y que tu bendita sangre me limpia de todo pecado. Acepto el nuevo pacto que me ofreces para recibir la vida eterna prometida. Por eso, te entrego mi vida y te acepto como mi Señor y Salvador. Gracias por permitirme entrar contigo al reino celestial. En tu nombre Jesús, amén.

Un abrazo y bendiciones.

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