viernes, 27 de agosto de 2010

No despreciar su sangre

Y la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado.
1ª. Juan 1:7Bb.


Lectura diaria: 1ª. Juan 1:5-10. Versículo del día: 1ª. Juan 1:7b.

ENSEÑANZA

Gracias a Dios por habernos dado a su Hijo Jesús, para poder entrar al reino celestial. Lo que el Señor pagó por nosotros no fue gratis, fuimos comprados y por un precio muy alto: su bendita sangre derramada por toda la humanidad. A esa sangre que nos limpia de todo pecado es a la que debemos recurrir cuando nos acercamos a Él. La Biblia dice que no hay ningún hombre libre de pecado, por más bueno que parezca con su generosidad y carisma, siempre llevará bajo sus hombros el pecado heredado de Adán y Eva. Desde el momento de la caída de nuestros primeros padres, Dios prometió un Salvador y su promesa se cumplió en Jesucristo hecho hombre. “Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad”; “Si afirmamos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso y su palabra no habita en nosotros”(vv. 8 y 10). Todos somos pecadores y todos necesitamos de Jesús para lograr cruzar el puente y llegar al Padre Celestial; quien rechace este regalo simplemente perderá la vida espiritual que Él ofrece y por consiguiente le espera la condenación eterna. Así que quien diga que no necesita de la gracia de Dios porque se cree “muy bueno” está completamente errado. Hay que dejar el orgullo y la prepotencia a un lado, reconocer a Jesucristo como Señor y Salvador personal dándole gracias por haber pagado por nosotros, y ser conscientes de que es su sangre la que nos limpia de todo pecado. El verso 9 afirma que: “Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad”. Observemos que no sólo nos perdona, sino que además nos limpia. El Señor nos hace una invitación: “Vengan, pongamos las cosas en claro –dice el Señor–. ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!” (Is. 1:18). Quizá vemos el otro extremo del hombre, cuando se siente tan pecador que cree no merecer el perdón; pero la misericordia de Dios no tiene límite y está dispuesto a concederla aún al más grande de los criminales. Sea por mucho o por poco, acerquémonos humildemente ante Dios, para pedirle perdón y aceptar el sacrificio de su Hijo, quien nos lava y limpia purificándonos de tal manera que tengamos acceso a la vida eterna.

Un abrazo y bendiciones.

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