domingo, 29 de agosto de 2010

Ser hijo de Dios

¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios!
1ª. Juan 3:1.


Lectura diaria: 1ª. Juan 3:1-10. Versículo del día: 1ª. Juan 3:1.

ENSEÑANZA

La Biblia nos enseña que todos somos creados por Dios; somos sus creaturas, pero no todos somos llamados hijos de Dios. El evangelio de Juan empieza demostrándonos que Jesucristo estaba desde el comienzo de la creación, sin embargo no se había dado a conocer, era el Verbo. Con la caída del hombre, Dios prometió un salvador y cuando Jesús vino al mundo, vino con la misión específica de hacerse carne y habitar entre nosotros para cumplir el cometido. “Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron. Más a todos los que lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios” (Jn. 1:11-12). Ahí se encuentra la diferencia entre ser creaturas o hijos de Dios. Todo aquel que cree en Jesús como Señor y Salvador de su vida está aceptando la voluntad de Dios Padre para redención de los pecados: su amado Hijo inmolado. Es por eso que no debemos despreciar un sacrificio tan sublime como el del Señor Jesucristo; fuera de Él no existe otro camino para llegar al Padre. Es necesario nacer de nuevo, no como lo creía Nicodemo: volver a entrar al vientre de la madre, no. Hay que nacer del agua y del espíritu, Jesús mismo se lo dijo al dirigente judío: “Yo te aseguro que quien no nazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn. 3:5). En Apcalipsis 3:20 el Señor nos hace una invitación: Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo”. Dios está tocando hoy a la puerta de tu vida, la decisión es tuya, ¿quieres ser una creatura más o ser llamado hijo de Dios? Si optas por la segunda opción te invito a que hagamos una corta oración. Dios no está interesado en la belleza de tus palabras si no en la actitud sincera de tu corazón. Por favor dile así: Señor Jesucristo, reconozco que soy pecador y que viniste a darme el derecho de ser hijo de Dios. Hoy acepto el sacrifico hecho por mí en la cruz y te entrego mi vida para que hagas de ella tu santa voluntad. Gracias por perdonar mis pecados, por venir a morar conmigo y por darme todo el poder de tu Santo Espíritu. Amén. Si la hiciste honestamente ante Dios, puedes estar seguro que ya tienes el pasaporte a la vida eterna y que empezaste a disfrutar la herencia del Padre, desde aquí en la tierra. ¡Felicitaciones! Recuerda: “Ninguno que haya nacido de Dios practica el pecado, porque la semilla de dios permanece en él; no puede practicar el pecado, porque ha nacido de Dios” (1 Jn. 3:9). Esto no quiere decir que no caigas, pero si caes, puedes acercarte a Dios y pedirle a Jesús que te limpie y Él lo hará.

Un abrazo y bendiciones.

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