domingo, 12 de abril de 2009

Luego inclinó la cabeza y entregó el espíritu



Al probar Jesús el vinagre dijo: Todo se ha cumplido. Luego inclinó la cabeza y entregó el espíritu.

Juan 19:30.


Después de cumplirse todo, absolutamente todo lo que estaba escrito sobre su muerte, el Señor Jesús entrega el espíritu y muere. Muere tras sufrimientos tortuosos, tal como lo había profetizado Isaías 500 años atrás: “Muchos se asombraron de él, pues tenía desfigurado el semblante”; “Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, hecho para el sufrimiento. Todos evitaban mirarlo; fue despreciado, y no lo estimamos”. ¿Cuántos desprecios y burlas sufrió el Señor por nosotros? Se burlaron cuando le colocaron la corona de espinas, cuando repartieron su manto y echaron suertes sobre su túnica. Dijo que tenía sed, y le pasaron una esponja con vinagre. Prosigue Isaías “Ciertamente el cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios y humillado. El fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados”.

Todas nuestras enfermedades, todos nuestros dolores, se los llevó el Señor en su pasión. Cuando lo traspasaron con esa lanza, ahí quedaron nuestras rebeliones. Quedó molido y nuestras iniquidades quedaron allí. Cada herida del Señor, cada gotica por ínfima que haya brotado de su ser, fue por nuestra sanidad.

“Maltratado y humillado, ni siquiera abrió su boca: como cordero, fue llevado al matadero”. “Después de aprehenderlo y juzgarlo, le dieron muerte”. “Se le asignó un sepulcro con los malvados y murió entre los malhechores, aunque nunca cometió violencia alguna, ni hubo engaño en su boca”.

Esto es un breve bosquejo según las Escrituras de lo que padeció el Señor Jesús. Si Isaías nos dice que no había figura humana en Él, ¿cómo quedaría su rostro? Si fue molido, ¿cómo quedaría su cuerpo? El Señor, no padeció cualquier cosa, algo insignificante como se suele creer. Padeció los más grandes sufrimientos que persona alguna pueda soportar. Su dolor fue más allá. Él sabía lo que le esperaba y por eso en el huerto de los Olivos cuando oró al Padre, sudaba gotas de sangre. Por eso exclamó: “Padre mío, si es posible aparta de mí este ´cáliz”. Su naturaleza humana fue débil y tenía que serlo, para que en verdad hubiera remisión de pecados. Para que el hombre declarara sanidad. Para que nuestros dolores y sufrimientos no nos hicieran mella.

¿Te parece poco lo que Cristo hizo por ti? Te invito a que leas Isaías 52:13-15 y el capítulo 53. Revísalo con cualquiera de los evangelios Mateo 27, Marcos 15; Lucas 23 y Juan 19. Podrás comprobar que todo lo escrito sobre su pasión y muerte se cumplió.

Ese Jesús, vuelto nada. Todo lo hizo por ti.

Un abrazo y bendiciones.

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