lunes, 27 de diciembre de 2021

También adoremos al Rey de Gloria y Majestad

 Porque han visto mis ojos tu salvación, que has preparado a la vista de todos los pueblos: luz que ilumina a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. 

Lucas 2:30-32. NVI.


Lectura: Lucas 2:21-35.  Versículos del día: Lucas 2:30-32.


MEDITACIÓN DIARIA


José y María llevaron el niño a Jerusalén para presentarlo en el templo, según lo decía la ley y cumplieron con todo lo establecido (vv. 21-24). El Espíritu Santo le había revelado a Simeón, un hombre justo y bueno que no moriría sin ver antes al Mesías. Ese día, el Espíritu lo guio hacia el templo. Cuando sus padres llegaron con el niño, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios diciendo: “Según tu palabra, Soberano Señor, ya puedes despedir a tu siervo en paz. Porque han visto mis ojos tu salvación” (vv. 29-30). Sí, sí. Dios cumple lo que promete y Simeón vio su promesa cumplida. “Simeón les dio su bendición y le dijo a María, la madre de Jesús: ‘Este niño está destinado a causar la caída y el levantamiento de muchos en Israel, y a crear mucha oposición, a fin de que se manifiesten las intenciones de muchos corazones. En cuanto a ti, una espada te atravesará el alma” (vv. 34-35). Este buen hombre profetizó exactamente lo que sucedería con el Señor Jesús y lo que sufriría María al ver el padecimiento y muerte de su hijito Jesús.

No solamente Simeón habló del niño Jesús. Una profetisa llamada Ana que había enviudado muy joven, permanecía desde ese tiempo en el templo y empezó a hablar del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén (vv. 36-38). Adoremos al Rey Celestial; al Mesías prometido que vino a redimirnos.


Soberano Señor: es asombroso ver cómo Tú vas encajando todos los planes prometidos y a tu manera. Gracias porque no solo les permitiste ver y palpar al Mesías prometido a Simeón y a Ana, sino a tenerlo en el corazón todos aquellos que también aceptan tu redención. Gracias Padre Eterno. Gracias mi Jesús, muchas gracias porque desde tu mismo nacimiento no has hecho más que bendecirnos. ¡Te adoramos oh Rey de Gloria y Majestad!


Un abrazo y bendiciones.

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