No tengan miedo—dijo—. ¡Tengan ánimo! ¡Yo estoy aquí!
Mateo 14:27. NTV.
Lectura: Mateo
14:22-33. Versículo del día: Mateo
14:27.
MEDITACIÓN DIARIA
Mientras los discípulos
estaban en la barca, el Señor Jesús se fue a orar. Ellos se encontraban en
problemas porque había fuertes vientos que zarandeaban la barca. Sobre la madrugada
se acercó a ellos caminando sobre el mar. Al verlo se asustaron porque pensaron
que era un fantasma. El Señor les habla para animarlos y hacerles ver que era
Él. ¡No había por qué alarmarse! Jesús, su Maestro y Señor estaba ahí. Pedro
quizá un poco incrédulo para asegurarse que era en verdad el Señor, le pidió
que lo llamase hacia Él. Al comienzo bajó tranquilo sobre el mar, pero muy
pronto al sentir el viento fuerte tuvo miedo y comenzó a hundirse.
Resolví hacer mi
devocional sobre este relato, porque a raíz de la enfermedad de mi hermano, mi
hijito Dani ayer en la mañana me animó con el versículo del día. Esto me hizo
reflexionar. Así es: nos pasa con frecuencia que cambiamos el poder del Señor y
nos dejamos atemorizar por las dificultades que se nos atraviesan viendo
fantasmas y nubes borrascosas donde no las hay. Vale la pena preguntarnos en
esos momentos ¿a quién le creo? ¿Al Señor que tengo en mi vida o a los
fantasmas que inundan mis pensamientos y me atemorizan?
Y veamos: Pedro para
asegurarse que era el Señor, le hizo caso y salió de la barca a caminar sobre
el agua, pero volvió a fallar con el viento fuerte y las olas. Exactamente nos
sucede. Necesitamos nuevamente su mano poderosa y que nos hable: “Tienes tan
poca fe—le dijo Jesús—. ¿Por qué dudaste de mí?” (v. 31). ¿Serán palabras
también para ti, para mí?
¡Ay mi Señor! Yo
no sé cuál será el desenlace con mi hermano, pero estoy convencida que él está
en tus manos. Lo que Tú decidas lo acato porque Eres el Dios Poderoso que
calmas vientos y tempestades, y si lo llamas hacia Ti, no podrá estar en
mejores condiciones. ¡Aumenta mi fe Señor! No permitas que me deje hundir al perderte
de vista. Gracias por estar siempre ahí, conociendo mi debilidad, listo a extenderme
tu mano y volverme a levantar. ¡Gracias por tanto bien que a diario me ofreces!
¡Te amo mi Señor!
Un abrazo y bendiciones.
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