Nos convenía tener un sumo sacerdote así: santo, irreprochable, puro, apartado de los pecadores y exaltado sobre los cielos.
Hebreos 7:26. NVI.
Lectura: Hebreos 7:1-28.
Versículo del día: Hebreos 7:26.
MEDITACIÓN DIRIA
Nuestro amado Señor
Jesucristo no pertenecía a la tribu de Leví pero sí, es sacerdote para siempre.
Él llegó a hacerlo no por un requisito legal como los sacerdotes descendientes
de Aaron a los que les correspondió ejercer el sacerdocio en la ley de Moisés,
sino conforme al poder de una vida indestructible. De Él se dijo: “Tú eres
sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (v. 17). Jesús ejerce un
sacerdocio imperecedero. Los sacerdotes de la ley morían y había que reemplazarlos.
El sacerdote nuestro permanece para siempre. “Por eso también puede salvar por
completo a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para
interceder por ellos” (v. 25). ¡Gloria a Dios por nuestro sumo Sacerdote! “A
diferencia de los otros sumos sacerdotes, él no tiene que ofrecer sacrificios
día tras día, primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo;
porque él ofreció el sacrificio una sola vez y para siempre cuando se ofreció a
sí mismo” (v. 27). Se ofreció a sí mismo por los pecados de toda la humanidad.
Tú estás en la lista de
los que se pueden salvar por completo. Acércate a Dios y comprobarás que
intercede por ti. De hecho, ya lo está haciendo. Oremos:
Amado Jesús: Tú
que Eres el sacerdote santo, irreprochable, puro, apartado de los pecadores,
pero intercediendo por ellos, Reconozco que Eres el Hijo de Dios muerto y
resucitado. Vengo ante Ti para entregarte mi vida; te acepto como mi Único
Señor y Salvador. Perdona mis pecados y hazme la persona que deseas que yo sea.
Gracias por perdonarme, limpiarme y acercarme al Padre Celestial. ¡Tu Nombre es
exaltado por siempre!
Un abrazo y bendiciones.
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