Pero la Escritura declara que todo el mundo es prisionero del pecado, para que mediante la fe en Jesucristo lo prometido se les conceda a los que creen.
Gálatas 3:22. NV.
Lectura: Gálatas
3:15-25. Versículo del día: Gálatas 3:22.
MEDITACIÓN DIARIA
Sin duda alguna todos
somos pecadores y estamos esclavizados al pecado; o sea, en otras palabras, nos
encontramos sumidos en ese pecado o como nos dice aquí el versículo ‘prisionero’
del pecado. “pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios”
(Romanos 3:23). Pero, para eso vino Cristo Jesús, para librarnos de esa carga
que ya nos es muy pesada. Dios en su infinita misericordia y amor, nos envió un
Salvador (Romanos 5:8), y todo aquel que lo invite a su vida para que sea su
Señor y Salvador va a quedar libre de ese peso. Y es a través de Jesucristo que
tenemos la promesa hecha a Abraham y de la que nos habla hoy la lectura.
Recordemos que somos injertos en la rama principal que vienen a ser los judíos.
Nosotros llegamos porque ellos lo rechazaron. La ley que vino cuatrocientos
treinta años después de darle Dios a Abraham la promesa, abarca a toda la humanidad.
De no ser así, quedaría sin efecto la promesa (v. 17 en la lectura). Fijémonos
que la promesa no tiene nada que ver con la ley. Por consiguiente, nosotros
ahora vivimos por gracia no por ley y además de eso, somos partícipes también de
esa promesa. ¡Gloria a Dios por su bondad tan grande y sin merecerla!
Todo el mundo sin excepción,
por más bueno que se considere y no le haga mal a nadie está ante los ojos de
Dios como pecador; el único que nos puede justificar es Jesús de Nazaret y nos
justifica cuando reconocemos lo hecho en esa cruz por cada uno al morir por
nuestros pecados y nos da vida eterna con su resurrección. Por eso si aún no le has dicho a Jesús que
tome el control de tu vida, te invito a que lo hagas:
Señor Jesucristo:
yo te necesito; sé que soy pecador y ahora quiero venir a Ti para que me
perdones y limpies. Toma el control del trono de mi vida y hazme la persona que
deseas que yo sea. Gracias te doy por limpiarme y perdonarme. Gracias porque
Contigo tengo la verdadera libertad y soy partícipe de tu promesa ¡Te amo buen Señor!
Un abrazo y bendiciones.
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