Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad. Me dije: Voy a confesar mis transgresiones al Señor, y tú perdonaste mi maldad y mi pecado.Salmo 32:5.
Lectura: Salmo
32:1-11. Versículo diario: Salmo 32:5.
MEDITACIÓN DIARIA
El problema no es caer
sino quedarse en el suelo consintiendo la caída. Cuando
el pecado se convierte en rutina, no se puede decir que es el Espíritu Santo controlando
la vida porque precisamente una de las funciones del Espíritu es convencer de
pecado. El cristiano verdadero peca como cualquier otra persona pero inmediatamente
se da cuenta de ello, pide perdón a Dios por las faltas cometidas; además
siente tristeza y dolor al comprobar que ha herido a su Señor. Si las faltas se
dejan guardadas por mucho tiempo, el pecado se convierte en una carga
insoportable y muchas veces las dolencias se presentan precisamente porque no
hay confesión de ellos: “Mientras guardé silencio, mis huesos se fueron
consumiendo por mi gemir de todo el día. Mi fuerza se fue debilitando como al
calor del verano, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí” (vv. 3-4).
Tenemos que aprender a
confesar inmediatamente nos damos cuenta de la transgresión. El Señor Jesús nos
redimió con su preciosa sangre y esa sangre nos limpia completamente: “Si
confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos
limpiará de toda maldad” (1 Juan 1:9). El hombre justo se deja guiar y enseñar:
“El Señor dice: Yo te instruiré, yo te mostraré el camino que debes seguir; yo
te daré consejos y velaré por ti”. (v. 8 en la lectura). Aprendamos a confesar
y no a callar nuestras faltas, para que nuestra comunión con Dios no se vea
interrumpida.
Amado Señor: Gracias
porque cuando caemos en pecado Tú estás presto a escucharnos, perdonarnos y
además limpiarnos. Tenemos comunicación directa contigo y cada día nos enseñas
el camino a seguir para no tropezar y darnos tan duros golpes. Gracias por tu infinita
bondad y misericordia. ¡Te amamos Señor!
Un abrazo y
bendiciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario