Pero Jesús se quedó callado. Así que el sumo sacerdote insistió: —Te ordeno en el nombre del Dios viviente que nos digas si eres el Cristo, el Hijo de Dios.Mateo 26:63.
Lectura: Mateo 26:57-74. Versículo del día: Mateo 26:63.
MEDITACIÓN DIARIA
El silencio del Señor ante el Sanedrín, Herodes y
Pilato es otra muestra de su grandeza. En el pasaje de hoy, habló solamente
cuando se lo ordenó el sumo sacerdote. Con firmeza, concreto y sin titubeos
respondió: “—Tú lo has dicho. Pero yo les digo a todos: De ahora en adelante
verán ustedes al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso, y
viniendo en las nubes del cielo.” (v. 64). La lección nos la dejó muy clara: no
hablar más de lo necesario y diciendo siempre la verdad. Tal como lo anunció el
profeta mesiánico 750 años atrás: “Maltratado y humillado, ni siquiera abrió su
boca” (Isaías 53:7). Sí; podía tener al frente a los maestros de la ley y a los
ancianos, a los de las cortes de los gobernadores y escuchar los gritos de la
multitud vociferando por su muerte y sin embargó no se perturbó. Dijo lo que
tenía que decir, a pesar de las burlas y el maltrato recibido. Tal como fue su ministerio claro, abierto y
sincero fueron sus respuestas entendiendo la autoridad de quien le preguntaba.
Sin embargo, los suyos, los de su estirpe deseaban para Él, la muerte más
crucial y humillante: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!” (Lucas 23:21), gritaban.
Ese silencio de Jesús es el mismo que ahora nos
demuestra a pesar de nuestras faltas y pecados. Debió de ser un silencio lleno
de tristeza y amargura por su transgresión, pero a la vez lleno de bondad y
misericordia por los perdidos. Exactamente igual en estos tiempos. Dios permita
que entendamos lo que significó ese silencio.
Amado Señor Jesús: Gracias te damos porque
tu silencio es una muestra de tu gallardía como Señor de señores que eres.
Gracias porque tu mudez encierra la nobleza y a la vez el coraje y valentía no
solo hacia quienes en tu pasión y muerte te vituperaron sino la de todos
nosotros que a diario nos burlamos y desechamos tu verdad. ¡Perdónanos Señor!
No somos dignos de estar en tu Presencia, pero precisamente por cada gota de
sangre derramada, por cada golpe asestado a tu cuerpo y cada silencio de tu
parte, ahora somos de tu reino celestial. Te pedimos por los que no te conocen
o no entienden lo que realmente viniste a hacer por ellos. Permite que la luz
de tu Espíritu los ilumine y lleguen a tus pies. ¡Gracias, muchas gracias, buen
Jesús!
Un abrazo y bendiciones.
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