viernes, 6 de febrero de 2015

No hay por qué correr; Él abogará por nosotros




Sus hermanos replicaron: ¿De veras crees que vas a reinar sobre nosotros, y que nos vas a someter? Y lo odiaron aún más por los sueños que él les contaba. 
Génesis 37:8.


Lectura: Génesis 37:1-36.  Versículo del día: Génesis 37:8.

MEDITACIÓN DIARIA

Jacob el padre de José tenía una deferencia muy marcada con su hijo, lo que originó envidia y celos de parte de sus once hermanos. José era uno de los menores junto con Benjamín e hijos de Raquel, la mujer que él había amado y por la que había trabajado arduamente. En el corazón humano siempre predominará el mal y los hijos de Jacob no serían la excepción. Premeditaron primero un plan para matarlo con solo verlo de lejos; luego cambiaron de parecer y lo arrojaron en una cisterna; por último resuelven venderlo a una caravana de ismaelitas que se dirigía a Egipto (vv. 19-28). El soñador, el que ingenuamente les contaba lo que en sus sueños veía: su gavilla erguida y la de ellos inclinadas haciéndole reverencia; o el del sol, la luna y once estrellas que también lo reverenciaban (vv. 5-9). Sin embargo, dice la lectura que a pesar de su padre reprenderlo, meditaba en todo esto (vv. 10-11).
Sucede también ahora y se ve igual en los hogares: padres con consentimiento excesivo por alguno de sus hijos y a la vez hermanos que entre ellos no se pueden ver. El odio, el resentimiento, la envidia y los celos flotan de un lado para otro y cuántas veces también aquellos a quienes se han menospreciado son los principales porque: “el que se humilla será enaltecido” (Lucas 14:11). Cuando se está obrando sin querer hacer daño e íntegramente, no hay por qué correr. Es al Señor al que le corresponde sacar la cara por nosotros y Él no nos dejará avergonzados. Esto le sucedió a José; sus sueños se hicieron realidad. Así que nosotros ante una situación adversa no nos desesperemos; aprendamos a esperar y confiar plenamente en nuestro Dios, Señor y Salvador. Su poder puede manifestarse gloriosamente a través de una aflicción; sus caminos no son los nuestros.

Amado Señor: Gracias porque Tú miras al menospreciado del mundo para colocarlo en la cima. Gracias porque eres quien diriges nuestro andar y tus sendas ya están demarcadas. Gracias porque cuando llegan los problemas siempre estás ahí; presente en medio de ellos para después manifestar tu gracia y poder y llevarnos a la victoria. ¡Gracias buen Dios!

Un abrazo y bendiciones.

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