martes, 17 de febrero de 2015

Un árbol bien regado que extiende sus raíces




Es como el árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prospera! 
Salmo 1:3.


Lectura: Salmo 1:1-6.  Versículos del día: Salmo 1:1-2.

MEDITACIÓN DIARIA

El hombre que busca a Dios intensamente, que confía plenamente en Él y en sus designios; que es radical en sus convicciones y se aparta del mal, es una persona íntegra ante el Señor. Su vida es placentera porque sabe con certeza a quién ha seguido y para dónde se dirige. “Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en la senda de los pecadores ni cultiva la amistad de los blasfemos, sino que en la ley del Señor se deleita, y día y noche medita en ella” (vv. 1-2).  En Génesis los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob eran reconocidos porque todo lo que emprendían era bendecido directamente por Dios que estaba siempre pendiente de su cuidado. Ellos aprendieron a deleitarse en el Dios que habían escogido seguir y que era el que los llevaba, guardaba y prosperaba.
La senda de los que ponen su confianza en el Señor se asemeja a un árbol: este árbol para que dé buen fruto y siempre se encuentre reverdecido tiene que tener unas raíces fuertes y sanas. Creo que lo primero que hay que hacer en nuestras vidas cuando conocemos al Señor, es dejar que el árbol antiguo, el que venía sembrado con amargura, tristeza, desengaños, frustraciones; caídas y levantadas por doquier, debe darle paso al nuevo que estará plantado junto a la mejor corriente de agua que pueda existir: la fuente que brota para vida eterna que ofrece el Señor Jesús; la que no permitirá que volvamos a tener sed (Juan 4:14).
Hay que hacer un alto y observar cómo está nuestro árbol. ¿Sí está dando buenos frutos? O será que sus raíces todavía están contaminadas de las antiguas y no le permiten crecer como esperamos. No dejemos que nuestro árbol se marchite ni que sus hojas secas lo desluzcan; revisémoslo y empecemos a regenerarlo con la buena tierra abonada de nuestras acciones y podado con aquello que nos hace mal; pero especialmente, reguémoslo con el agua que nos brinda nuestro buen Jesús.

Amado Señor: Enséñanos a deleitarnos en tu presencia para que las  raíces del buen árbol se extiendan de tal modo que nuestra vida sea un bosque reverdecido, con frutos excelentes que demuestren que están regados por Ti. Queremos ser testimonio vivo por donde quiera que vayamos y que el mundo sepa quién eres Tú. ¡Gracias buen Señor!

Un abrazo y bendiciones.

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