Es como el árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prospera!Salmo 1:3.
Lectura: Salmo
1:1-6. Versículos del día: Salmo 1:1-2.
MEDITACIÓN DIARIA
El hombre que busca a
Dios intensamente, que confía plenamente en Él y en sus designios; que es
radical en sus convicciones y se aparta del mal, es una persona íntegra ante el
Señor. Su vida es placentera porque sabe con certeza a quién ha seguido y para
dónde se dirige. “Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni
se detiene en la senda de los pecadores ni cultiva la amistad de los blasfemos,
sino que en la ley del Señor se deleita, y día y noche medita en ella” (vv.
1-2). En Génesis los patriarcas Abraham,
Isaac y Jacob eran reconocidos porque todo lo que emprendían era bendecido
directamente por Dios que estaba siempre pendiente de su cuidado. Ellos
aprendieron a deleitarse en el Dios que habían escogido seguir y que era el que
los llevaba, guardaba y prosperaba.
La senda de los que
ponen su confianza en el Señor se asemeja a un árbol: este árbol para que dé
buen fruto y siempre se encuentre reverdecido tiene que tener unas raíces
fuertes y sanas. Creo que lo primero que hay que hacer en nuestras vidas cuando
conocemos al Señor, es dejar que el árbol antiguo, el que venía sembrado con
amargura, tristeza, desengaños, frustraciones; caídas y levantadas por doquier,
debe darle paso al nuevo que estará plantado junto a la mejor corriente de agua
que pueda existir: la fuente que brota para vida eterna que ofrece el Señor
Jesús; la que no permitirá que volvamos a tener sed (Juan 4:14).
Hay que hacer un alto y
observar cómo está nuestro árbol. ¿Sí está dando buenos frutos? O será que sus
raíces todavía están contaminadas de las antiguas y no le permiten crecer como
esperamos. No dejemos que nuestro árbol se marchite ni que sus hojas secas lo desluzcan;
revisémoslo y empecemos a regenerarlo con la buena tierra abonada de nuestras
acciones y podado con aquello que nos hace mal; pero especialmente, reguémoslo
con el agua que nos brinda nuestro buen Jesús.
Amado Señor: Enséñanos
a deleitarnos en tu presencia para que las raíces del buen árbol se extiendan de tal modo
que nuestra vida sea un bosque reverdecido, con frutos excelentes que
demuestren que están regados por Ti. Queremos ser testimonio vivo por donde
quiera que vayamos y que el mundo sepa quién eres Tú. ¡Gracias buen Señor!
Un abrazo y
bendiciones.
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