martes, 22 de octubre de 2013

Sincerarnos ante el Señor




A ti clamo, Señor, roca mía; no te desentiendas de mí, porque si guardas silencio, ya puedo contarme entre los muertos. 
Salmo 28:1.


Lectura: Salmo 28:1-9. Versículo del día: Salmo 28:1.

MEDITACIÓN DIARIA

Hay días en que nos sentimos apabullados porque pareciese que nada se da a nuestro favor y entonces el ánimo comienza a decaer; por momentos perdemos el horizonte y no podemos coordinar las diferentes acciones que tenemos que realizar. Nos sentimos solos, cabizbajos, cansados y por ende estresados. La sensación es de derrota e impotencia, aunque ya sabemos quien es el que quiere vernos derrotados.
Yo creo que al rey David le pasaba con frecuencia situaciones similares, pero había una cosa que lo diferenciaba de los demás: era su comunicación sincera con Dios.  Él le expresaba al Señor todo cuanto sentía y albergaba en su corazón; derramaba su espíritu ante su presencia y considero que de esta manera volvía a retomar las fuerzas para continuar y seguir batallando en el diario vivir.
Y es que hablar con Dios no es otra cosa que sincerarnos ante Él; decirle nuestras angustias y pesares. Si estamos abatidos y las fuerzas ya no quieren resurgir, es el momento propicio para hacérselo saber. A Dios no podemos engañar y si nos sentimos mal, cómo le vamos a decir que estamos felices y demostrarle una cara que no va conforme a la realidad.
Dios desea y espera de nuestra parte un corazón totalmente sincero y dispuesto para Él.   Quizá por esto será que la Biblia dice que David tenía un corazón conforme al corazón de Dios (Hechos 13:22).
Pongamos en práctica la verdadera oración; la que brote de labios cansados, desesperados y apabullados, que el Señor nos contestará y traerá consuelo a nuestro ser: “Bendito sea el Señor, que ha oído mi voz suplicante.  El Señor es mi fuerza y mi escudo; mi corazón en él confía; de él recibo ayuda. Mi corazón salta de alegría,  y con cánticos le daré gracias” (vv. 6-7 en la lectura). Esto es dialogar con el Señor: hablarle y a la vez esperar su contestación. ¡Gloria d Dios por tenerlo tan cerca y saber que nos escucha!

Amado Dios: Tú nos conoces más que nadie; nos formaste en el vientre de la madre y todas nuestras células y órganos estén en completa armonía con esta obra maravillosa que creaste. Ahora Señor, ponemos delante de ti nuestras cargas; cargas que a veces se nos antoja son más pesadas que de costumbre. ¡Ven Señor!  Alívianos y permite que como las águilas, volemos alto sin cansarnos ni fatigarnos. Gracias porque sabemos que como buen Padre, ya bajaste tu oído para escuchar nuestra voz suplicante y atender nuestros ruegos.

Un abrazo y bendiciones.

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