Cuando los fundamentos son destruidos, ¿qué le queda al justo?Salmo 11:3.
Lectura: Salmo
11:1-7. Versículo del día: Salmo 11:3.
MEDITACIÓN DIARIA
Tal como están las
cosas, pareciese que los malvados tienen la razón y es porque ahora priman los
conceptos y las costumbres de las minorías, así la sociedad se siga derrumbando y de sus bases
no quede nada que pueda sostenerla. Lo que el hombre no ha entendido es que una
cosa es la libertad y otra muy diferente el libertinaje. El pecado siempre lleva al libertinaje y por
ende esclaviza. La verdadera libertad, es espaciosa, da satisfacción y alegría.
Jesucristo vino a librarnos de la esclavitud del pecado. La Biblia dice que Él
es la verdad (Juan 14:6), “y conocerán
la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8:32). Hay que conocer a
Jesucristo para conseguir la auténtica libertad.
Infortunadamente como
no todos conocen esta Verdad y poco les interesa, entonces quieren imponer sus
ideas sobre las bases equívocas de sus propias desviaciones. Y si alguien dice
lo contrario, se convierte en el blanco, exponiendo incluso su propia vida: “Vean
cómo tensan sus arcos los malvados: preparan las flechas sobre la cuerda para
disparar desde las sombras contra los rectos de corazón” (v. 2).
Esto no solamente lo
vemos en el campo del género humano; también están los que no se atreven a
votar por leyes sobre los conductores embriagados, o sobre las medidas
anticorrupción, o sobre temas tan importantes como la salud. Pero yo les digo:
la justicia de Dios prevalecerá; “¡Ay de los que llaman a lo malo bueno y a lo
bueno malo, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen
lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!” (Isaías 5:20).
Hasta allá tenía que
llegar el hombre para darse cuenta de la podredumbre que hay en su corazón. Y “Cuando
los fundamentos son destruidos, ¿qué le queda al justo?”. Considero que todavía
hay tiempo para los creyentes y recapacitar sobre quiénes son los que elegimos
para que legislen nuestras leyes. Si la
Iglesia del Señor se uniera, muy seguramente no veríamos tantas atrocidades en
contra de la sociedad y de un pueblo que reclama justicia, paz y verdadera
libertad. Tenemos que movernos; ¡aun somos la sal de la tierra! Reflexionemos
sobre lo anterior.
Amado Señor: Gracias
por tenernos todavía aquí en medio de tanta indiferencia. Gracias porque somos
la sal de la tierra y seguro que esperas de nosotros que sigamos poniendo la
dosis necesaria para sazonar este mundo y entregarle a los que vienen, una
sociedad con temor hacia ti.
Un abrazo y bendiciones.
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