Muchos son los que dicen: «¿Quién puede mostrarnos algún bien?» ¡Haz, Señor, que sobre nosotros brille la luz de tu rostro!Salmo 4:6.
Lectura: Salmo
4:1-8. Versículo del día: Salmo 4:6.
MEDITACIÓN DIARIA
Lo que nos muestran los
noticieros y aun lo que vemos a veces en las calles, o con los mismos vecinos
que nos rodean, es maldad sin precedentes.
La intolerancia, irreverencia e intransigencia; los desordenes, apatías,
y falta de educación y cultura, dan un vuelco total y se tornan en agresividad general
que lleva incluso a asesinar.
Nosotros los cristianos
estamos llamados a dar un paso trascendental en la sociedad; somos los agentes
de cambio. No podemos esperar nada bueno
del mundo en que nos movemos, pero sí, aportar las enseñanzas de Cristo en bien
de la humanidad. Por lo anterior es que
no podemos quedarnos con escuchar y leer solamente la Palabra de Dios, tenemos
que ponerla en práctica; ser hacedores de ella, para que los demás vean en
nosotros la luz de Jesús: La que brilla a pesar de la oscuridad, a pesar de las
circunstancias.
La sociedad ya está hastiada
de tanta violencia; los creyentes somos los portadores de la paz de Dios, de la
justicia, del perdón y de la reconciliación.
Todos hemos pecado y todos estamos destituidos de la gloria de Dios
(Romanos 3:23). La diferencia de los
cristianos con el mundo, es que ya hemos aceptado que la sangre de Jesucristo
nos limpie de toda maldad; pero esto no quiere decir que odiemos al pecador y
seamos intolerantes con ellos. Tenemos que seguir el ejemplo del Señor: amar al
pecador y rechazar el pecado que hay en sus vidas. Dice Pablo que nosotros en
otro tiempo éramos igual; entonces, ¿de qué nos escandalizamos? Si únicamente fue por la misericordia de Dios
que ahora somos justos ante Él. “pero ahora son luz en el Señor. Vivan como
hijos de luz (el fruto de la luz
consiste en toda bondad, justicia y verdad)” (Efesios 5:8-9).
Que nuestra meta sea de
ahora en adelante brillar en todo lugar, independientemente de quienes nos
rodeen. En otras palabras: que nuestra
vida, sea testimonio fiel de que Jesús mora en nuestros corazones.
Amado Señor: Gracias
por habernos rescatado de las garras del infierno. Te pedimos que nos enseñes a
practicar tus enseñanzas de modo que reflejemos siempre la luz tuya que no se
agota, y está lista para alumbrar al caído independientemente de su situación.
Un abrazo y
bendiciones.
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