lunes, 23 de enero de 2012

Lamento del Señor

¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste!

Mateo: 23: 37.

Lectura diaria: Mateo 23:12-39. Versículo principal: Mateo 23:37.

REFLEXIÓN

Este versículo es uno de mis predilectos. Quebranta mi corazón saber que el Señor sufre por su ciudad. Lo triste es que cada uno de nosotros nos convertimos en su Jerusalén y también llora y sufre porque no volteamos los ojos hacia Él o porque quizá decimos que sí, pero nuestras actuaciones dejan mucho que desear. ¡Cuántos de sus hijos se apegan al cristianismo como a una tradición más y actúan igualmente que los escribas y fariseos! Muchos líderes y pastores se convierten en guías ciegos y cierran el paso a los que quieren entrar. Otros hablan exclusivamente de las ofrendas y diezmos pero la justicia, la misericordia y la fidelidad la dejan a un lado. También los hay, enaltecidos hasta el firmamento y de humildad y compasión por los suyos, no se ve nada. El Señor los llama sepulcros blanqueados quieren demostrar lo que no son (vv. 11-28). “Atan cargas pesadas y las ponen sobre la espalda de los demás, pero ellos mismos no están dispuestos a mover ni un dedo para levantarlas” (v. 4).
El Señor se conmueve por todos aquellos que están desamparados y su amor llega al punto de querer albergar a cada uno debajo de sus alas si le es posible y éste accede. Simplemente quiere tomar el lugar de los llamados “sus hijos” que no practican lo que predican, para no dejar desamparados a esos “pollitos” que todavía no se pueden defender solos. ¡Qué conmovedoras sus palabras! ¡Cuánto amor demuestra nuestro buen Señor! Desafortunadamente la indiferencia, el desgano, la apatía, y en ocasiones el maltrato de su iglesia, son los caracteres que no permiten acunarlos.
Como reflexión que nos conduela su lamento y seamos en verdad los discípulos que el Señor desea, sin ser piedra de tropiezo para nadie.

Amado Jesús: Gracias por tu amor y compasión por la humanidad; permite que sigamos tu ejemplo.

Un abrazo y bendiciones.

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