domingo, 22 de enero de 2012

El mayor de los mandatos

–Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente” –le respondió Jesús–
Mateo 22:37.

Lectura diaria: Mateo 22:34-40. Versículo importante: Mateo 22:37.

REFLEXIÓN

Con frecuencia el ser humano cambia las prioridades de su vida y Dios nos decretó desde tiempos antiguos, cuando le dio a Moisés las Tablas de la Ley, el primer mandamiento que está por encima de todos los demás (Dt. 5:7-10). El agite diario muchas veces no da tiempo ni para la familia, con menor razón para acordarse de Dios. Desafortunadamente, Dios está, si acaso en el último minuto de la noche, sin haberlo tenido en cuenta para nada y después hay quejas y lamentos porque los sucesos no salen como quisiéramos.
Dios nos manda amarlo sobre todas las cosas; espíritu, alma y cuerpo deben estar disponibles a sus píes; amarlo con el pensamiento, con las palabras y con las obras. No hay nada que pueda estar por encima de ese amor: ni esposo(a), ni hijos, ni padres o hermanos. Mucho menos se debe tener como ídolo al carro, el trabajo, la casa, la iglesia, ni objeto alguno, porque todo esto se convierte en abominación para Él. El amor a Dios es en sí mi modo de vida ante sus ojos haciendo lo que le agrada, teniéndolo en cuentas en las decisiones, haciendo su voluntad, y algo muy importante: amando también al prójimo (v.39).
Dios quiere que le amemos de la misma manera que Él lo hace con nosotros; con amor incondicional, tajante, infinito, inmutable y personal. Cuando valoramos ese amor tan grande que el Señor nos da, empezamos a amarlo, temerlo, reverenciarlo y adorarlo como Dios único y verdadero. “Nosotros amamos a Dios porque él nos amó primero” (1 Jn. 4:19).

Señor: Gracias por la pildorita inagotable de tu amor con la que cada día nos sostienes. Ese amor tuyo que jamás se extingue, nos permite verte con ojos agradecidos y exaltando tu Nombre por doquier.

Un abrazo y bendiciones.

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