jueves, 12 de enero de 2012

La promesa de Dios

Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición.

Génesis 12:2.

Lectura diaria: Génesis 12:1-9. Versículo principal: Génesis 12:2.

REFLEXIÓN

Si creemos que esta promesa se quedó solamente para Abraham, estamos equivocados. Toda persona que el Señor llame la tiene de hecho. Al igual que a Abram el Señor nos manda a dejar nuestra parentela (v. 1) y unirnos a su causa –la de predicar el evangelio–; no es que nos vayamos a tierras lejanas y nos olvidemos de los nuestros, es simplemente aprender a poner en primer lugar al Señor por encima de padre, madre, esposo o hijos (Mt. 10:37). Estamos entonces, llamados a seguir la herencia de Abram porque es el legado que él nos dejó como padre también de nosotros los gentiles y por consiguiente esto nos traerá bendición.
A Abram le fue cambiado su nombre por el de Abraham y a cualquiera que se llame su hijo también le dará un nombre nuevo. Al ser rescatados por la sangre del Señor Jesucristo, nacemos de nuevo; todo lo de atrás queda completamente olvidado para Dios. Somos nuevas criaturas (2 Co. 5:17), regeneradas completamente: “Las naciones verán tu justicia y todos los reyes tu gloria; recibirás un nombre nuevo, que el Señor mismo te dará” (Is. 62:2). ¿Por qué nos ama tanto el Señor? No somos dignos de ello y sin embargo, ¡nos ve como a la niña de sus ojos! En nuestras manos queda el aceptar o no la promesa. Está escrita y solo nos resta apropiarnos de ella. La reflexión va directamente a permitir que el Señor nos use y el cumplimiento de lo prometido sea una realidad.

Amado Señor: Gracias por la pildorita de tu amor reflejada en la promesa de bendecirnos para bendecir a otros. Gracias por el nombre que has puesto a cada uno de los tuyos porque con este nos identificas para tu gloria.

Un abrazo y bendiciones.

No hay comentarios: