miércoles, 2 de noviembre de 2011

La vida con propósito centrada en Cristo Jesús

Nada hay mejor para el hombre que comer y beber, y llegar a disfrutar de sus afanes. He visto que también esto proviene de Dios, porque ¿Quién puede comer y alegrarse si no es por Dios?

Eclesiastés 2:24-25.


Lectura diaria: Eclesiastés 2:1-26. Versículos para destacar: Eclesiastés 2:24-25.


ENSEÑANZA


Salomón: el predicador, el que compuso la mayoría de proverbios, el maestro hijo de David, el hombre más sabio que ha existido que gozó de riquezas y placeres en este mundo, llega a la conclusión y nos deja la lección de que una vida no centrada en Dios, está hueca; no tiene significado porque le falta un propósito verdadero para vivir.

Hay un propósito de Dios en cada persona y debemos buscar ese propósito para cumplirlo. Si se pregunta cuál es la razón de estar en este mundo tan convulsionado, es porque muy seguramente no conoce de Dios. Para que el hombre conozca el propósito de Dios en su vida, primero tiene que conocer el plan de Dios para él. El ser humano fue creado para que tuviera una relación perfecta con su Creador; el amor divino va unido al plan de Dios. La Biblia dice que Dios nos amó de tal manera que envió a su único Hijo; no a uno de tantos, no tenía ningún otro. Sin embargo, por amor se despojó del único que tenía y lo envió al mundo para que todo el que crea en Él no se pierda sino que tenga vida eterna (Jn. 3:16). Jesús de Nazaret viene entonces a mostrarnos una vida con propósito en el plan trazado: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn. 10:10). El hombre fue creado para tener una relación perfecta con su Creador, pero debido a su egoísmo esa relación se interrumpió y escogió su propio camino. El pecado lo ha separado de Dios (Ro. 3:23), y está muerto espiritualmente (Ro. 6:23). En su infinita misericordia Dios promete un Salvador y Jesucristo se convierte en la única provisión para el hombre pecador “Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8); solamente con Jesús podemos conocer el plan de Dios para nuestra vida. Entonces, al hombre no le queda otro camino que escogerlo a Él porque es el camino verdadero (Jn. 14:6) y el que lo llevará al Padre celestial. Debe existir un deseo genuino de recibirle en el corazón “Mas a cuántos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios” (Jn. 1:12). Recibimos a Cristo por fe, como regalo de Dios, “no por obras, para que nadie se jacte” (Ef. 2:8-9). Cristo toca a la puerta de cada uno de nosotros (Ap. 3:20), y de cada uno depende si lo deja seguir o no.

Al recibir a Cristo experimentamos un nuevo nacimiento y comenzamos una vida nueva también: “Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!” (2 Co. 5:17). Cuando mora Jesús en nuestra vida, se convierte en el eje central de todo cuanto somos y nos acontece; le hallamos sentido a lo que hacemos y por más que haya luchas, dudas y desilusiones encontraremos el propósito de Dios en cada una de ellas. “Dios da sabiduría, conocimiento y alegría a quien es de su agrado” (v. 26 en la lectura). Si ya tenemos al Señor viviendo con nosotros ya somos de su agrado.


Si no tienes a Cristo en tu vida y lo quieres recibir, lo puedes hacer con una corta oración; Él no está tan interesado en la belleza de tus palabras sino en la actitud sincera de tu corazón. Por favor dile así:


Señor Jesucristo: Yo te necesito; gracias por morir en la cruz del Calvario por todos mis pecados. Te abro la puerta de mi vida para que seas mi Señor y Salvador personal. Gracias por perdonar mis pecados y darme la vida eterna contigo. Toma el control del trono que hasta ahora yo manejo y hazme la persona que quieres que yo sea. Amén.


Un abrazo y bendiciones.

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