martes, 8 de noviembre de 2011

Juventud, divino tesoro

Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que lleguen los días malos y vengan los años en que digas: No encuentro en ellos placer alguno.
Eclesiastés 12:1.


Lectura diaria: Eclesiastés 11:9-12:7. Versículo para destacar: Eclesiastés 12:1.


ENSEÑANZA


El sabio Salomón le hace un llamado a la juventud para que no deje pasar esa bella época sin acordarse de su Creador. Por experiencia propia ya sabe como todos nosotros, que en general lo que vemos en la juventud como un problema mayúsculo, no es más que un pinchazo al lado de lo que se afronta en la adultez. Nuestros hijos deben desde niños empezar a temer a Dios, reconocerlo como el fundamento principal de sus vidas y para esto es necesaria la instrucción que desde pequeños hayamos puesto en sus corazones: “Instruye al niño en el camino correcto y aún en su vejez no lo abandonará” (Pr. 22:6). Como padres cristianos y en especial las madres tenemos una misión que cumplir. Nuestro hogar es la primera Judea donde debemos sembrar la semilla del evangelio. Tenemos el fundamento que es Cristo Jesús y sobre ese fundamento debemos empezar a edificar (1 Co. 3:11), un amor y respeto total a Dios junto con una enseñanza profunda sobre las verdades de la Biblia como Palabra de Dios. En Deuteronomio el Señor nos demanda esta obligación: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas…Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes” (Dt. 6:5-7).

La juventud es la época de la adolescencia. Es cuando como su palabra lo expresa se adolece de todo porque los niños dejan atrás su infancia y emprenden un nuevo camino hacia la madurez. A ciencia cierta no se sabe si aún se es infante o joven. Por eso bien dice Rubén Darío en su poema: "Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro… y a veces lloro sin querer”. En la época de la juventud es necesario estar al lado de los hijos, ellos necesitan mucho del afecto y comprensión que como padres podemos prodigarles y aunque en ocasiones rehúsen este cariño en el fondo ellos lo aprecian porque se sienten amados, respetados y comprendidos. No debemos exasperarlos para que no se desanimen (Col. 3:21), solamente estar ahí, vigilando y listos para cuando nos necesiten; recordemos que también vivimos esos tiempos. Dice el Predicador más adelante: “Se irán cerrando las puertas de la calle, irá disminuyendo el ruido del molino, las aves elevarán su canto, pero apagados se oirán sus trinos”; “Acuérdate de tu Creador antes que se rompa el cordón de plata y se quiebre la vasija de oro, y se estrelle el cántaro contra la fuente y se haga pedazos la polea del pozo” (vv. 4 y 6). Simplemente antes que se enfrente a la vida y se entienda que las vicisitudes vienen sin querer y hay que desafiarlas; entonces será más fácil sobrellevarlas porque los vínculos con Dios estarán bien cimentados. En aquel momento se dirá sin vacilar: ¡Juventud, divino tesoro! ¡La supe aprovechar contigo Señor!


Quizá eres joven y nadie antes te ha hablado de Jesús como tu Redentor. Déjame decirte que Él vino a morir por ti y pagar el precio de tus transgresiones con su propia sangre. Murió, resucitó y está intercediendo por ti a la diestra de Dios Padre; por eso hoy está tocando a la puerta de tu vida y de ti depende si lo dejas seguir o no: “Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap. 3:20). Te pregunto: ¿Deseas abrirle la puerta? Es muy fácil, con una oración como ésta puedes hacerlo:


Señor Jesucristo: Yo te necesito. Te abro la puerta de mi corazón para que seas mi Señor y Salvador. Toma el control del trono de mi vida, perdona mis pecados, llena todos los vacios que tengo y hazme la persona que quieres que yo sea. Gracias Señor por hacerlo y darme una nueva vida contigo. Amén.


Un abrazo y bendiciones.

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